viernes, 13 de septiembre de 2013

Carta 13 A- "Es justo implementar el Ingreso Básico Alimentario."

Lunes 15 de abril de 2013.
Carta 13. “A”.- A los jóvenes.
Es justo implementar el Ingreso Básico Alimentario*.

Se me ocurre que antes de realizar la propuesta concreta para la Argentina, tenemos que naturalizar la idea de brindar a todxs un aporte incondicional. Para lo cual podemos recurrir a argumentos elaborados por grandes pensadores o brindar otros más vulgares. Esto haré bajo los dos siguientes títulos. Pero el objetivo que busco en esta carta y que desarrollaré más abajo, es demostrar que se trata de una propuesta absolutamente justa que se encuadra en el proyecto ético-político que venimos defendiendo.


Desde los grandes pensadores.

Dice Daniel Raventós: “Aunque fueron dichas hace más de dos siglos, las palabras al respecto de Robespierre siguen siendo de rigurosa actualidad: “¿Cuál es el primer fin de la sociedad? Mantener los derechos imprescriptibles del hombre. ¿Cuál es el primero de esos derechos? El de existir. La primera ley social es, pues, la que asegura a todos los miembros de la sociedad los medios de existir; todas las demás se subordinan a ésta; la propiedad no ha sido instituida, ni ha sido garantizada, sino para cimentar aquella ley; es por lo pronto para vivir que se tienen propiedades. Y no es verdad que la propiedad pueda jamás estar en oposición con la subsistencia de los hombres.” Tan breve y tan claro que no vale la pena sumar otras muchas opiniones muy valiosas.


Vayamos a lo cotidiano.

A mucha “gente” le parece mal otorgar un Ingreso Alimentario incondicional. Sin embargo estoy seguro que si una persona hambrienta llamara a su puerta para pedir algo para comer y para tomar, esa “gente” con la desconfianza del caso, no tendría problemas en hacer un sándwich y brindar un vaso de agua. Es lo menos que puede hacer, porque una cosa es teorizar sobre el hambre y otra bien distinta verle la cara.
Para no dramatizar y poner un ejemplo vulgar, voy a decir que en mi casa tengo un perro y un gato. ¿Alguien piensa que no les damos de comer? Sí, ninguno de los dos trabaja. Casi dos parásitos. Pero son las mascotas de la casa y ninguno en mi familia resiste demasiado ante la mirada persistente de ellos o el reclamo explícito. Supongo que en todas las casas donde hay mascotas ocurre lo mismo. Si no le negamos la comida a un perro y a un gato, ¿Por qué se la habríamos de negar a un ser humano?
Hay seres humanos que no lo merecen. ¿Hay seres humanos que no lo merecen? Alguien que cumple la peor de las penas en el sistema carcelario, después de haber delinquido de la peor forma ¿Se le niega la comida? Claramente no. El artículo 18 de la Constitución Nacional dispone que: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice”. Si el alimento no se lo negamos ni al reo más peligroso ¿Por qué habríamos de hacerlo con un niño, un abuelo, un desamparado o quien fuere?
Llegado este punto y aceptando que un plato de comida no se le niega a nadie, la observación de alguna “gente” podrá ser la siguiente ¿Por qué un Ingreso? ¿Por qué al que no trabaja? ¿Por qué a los ricos? ¿Por qué “universal” y no focalizado a quién lo necesita? La respuesta que encuentro es simple: porque es justo. -¿Cómo que es justo? responde esa “gente”: “una cosa es la caridad y hasta lo puedo aceptar, otra muy distinta que me diga que es justo. Darle un ingreso a alguien puede ser solidario, pero no justo”. Contesto: me propongo demostrar que no le damos otra cosa que lo que le pertenece. Por eso es justo.


La Justicia del Ingreso Básico Alimentario.

Parece que no sería moralmente aceptable que alguien obtenga un ingreso si no trabaja. La situación inversa también debería ser cierta. Sin embargo durante muchos siglos el trabajo de la mujer en la casa no tuvo ningún tipo de retribución económica y esto se naturalizó sin mayor discusión.
El tema pasa por otro lado:


Todos vivimos del trabajo ajeno.

El caudal de capital y conocimientos heredados de las generaciones pasadas genera una renta extraordinaria que no le pertenece a nadie en particular y por la cual luchan las clases y sectores sociales, para privatizarla o socializarla. Si es cierto que esa renta solo logra realizarse en el trabajo “vivo”, no es menos cierto que solo se realiza en el trabajo vivo “socialmente necesario para mover las ruedas de la producción”, y nunca en el trabajo de un individuo aislado. Por eso la sociedad democrática puede disponer de sus frutos como mejor le plazca.


La herencia difusa.

Podríamos definir como “herencia difusa” a aquellos bienes materiales e inmateriales, provenientes de generaciones anteriores. Estos bienes y conocimientos existen en nuestra sociedad, tenemos acceso a ellos y nadie los podría reclamar como propios. No son de alguien en particular. Los usamos para crear nuevos bienes y servicios. Y una parte de su valor va a integrar al nuevo bien o servicio. Al no poder diferenciar con claridad que porcentaje de ese valor está incorporado en el nuevo producto, la llamamos “herencia difusa”. Esta herencia al quedar subrepticiamente incorporada al valor de los nuevos bienes y servicios, se la privatiza indebidamente en detrimento del conjunto social.


¿Existe esa herencia?

Algún escéptico preguntará ¿Podríamos hacer un inventario?
Hacer una compilación es una tarea que excede con creces las posibilidades de quien escribe estas líneas y también las que exige nuestro trabajo. Sin embargo podemos tomar la parte que tiene que ver con el conocimiento, y señalar que:

Los esfuerzos para sistematizar el conocimiento se remontan a los tiempos prehistóricos, como atestiguan los dibujos que los pueblos del paleolítico pintaban en las paredes de la cueva, los datos numéricos grabados en hueso o piedra o los objetos fabricados por las civilizaciones del neolítico. 
Las culturas mesopotámicas aportaron grandes datos sobre la astronomía, sustancias químicas o síntomas de enfermedades inscritas en caracteres cuneiformes sobre tablilla de arcilla. En el valle Nilo se descubrieron papiros de un periodo próximo al de la cultura mesopotámica, en el cual se encontraba información de la distribución del pan y la cerveza, y la forma de hallar el volumen de una parte de la pirámide, el sistema de medidas egipcio y el calendario que empleamos actualmente.
Será “En el siglo sexto antes de Cristo, en Jonia, cuando se desarrolló un nuevo concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque presenta un orden interno: hay regularidades en la naturaleza que permiten revelar sus secretos. La naturaleza no es totalmente impredecible; hay reglas a las cuales ha de obedecer necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del universo recibió el nombre de Cosmos”   Nacía la ciencia.
Tales de Mileto ( 630 - 545 a. C. ) fue el iniciador de la indagación racional sobre el universo. Se le considera el primer filósofo de la historia occidental, y fue el fundador de la escuela jónica de filosofía, según el testimonio de Aristóteles. Sus estudios abarcaron la geometría, el álgebra lineal, la geometría del espacio, algunas ramas de la física, la estática, la dinámica y la óptica. Muchos de sus escritos llegaron a la Edad Media con gran profusión. Uno de sus discípulos fue Pitágoras, cuyo teorema llega con fama a nuestros días. Otro contemporáneo fue Teodoro, el ingeniero maestro de la época, a quien atribuyen la invención de la llave, de la regla, de la escuadra, del nivel, de la fundición de bronce y de la calefacción central.
La contribución Jónica y griega a la filosofía y a la ciencia es transcendental. Son los padres de la filosofía y de la ciencia. El mencionado Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Parménides, Zenón de Citio, Heráclito, Empédocles, Anaxágoras, Protágoras, Gorgias, Sócrates, Demócrito, Platón y Aristóteles. Destacados historiadores como Heródoto o Tucídides. Médicos como Hipócrates de Cos que dio lugar al ético y tradicional  juramento hipocrático.  En la época helenística se destacaron médicos como Herófilo de Caledonia o Eristarco de Ceos; matemáticos como Euclides, Nicomedes o Apolonio; astrónomos como Aristarco de Samos (con su teoría heliocéntrica) o Hiparco de Nicea; geógrafos como Piteas, Dicearco o Eratóstenes, físicos como Arquímedes, etc. En literatura, además, de Homero y Hesíodo se destacaron Alcedo, Píndaro, Esquilo, Sófocles, Eurípides o Aristófanes.
¿Alguien podría pensar que sin esa base podrían haber emergido más tarde Nicolás Copérnico, Leonardo Da Vinci, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Isaac Newton, Marie Curie, Charles Darwin, Albert Einstein, Luis Pasteur, Alexander Fleming o nuestros tres premios Nobel Bernardo Alberto Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein? ¿O que sin el concurso de todos ellos podríamos haber alcanzado el nivel civilizatorio en que nos encontramos?
En el año 300 antes de Cristo se fundaba la Biblioteca de Alejandría. Llegó a contar con cerca de 800.000 escritos en papiro. Un lugar de enseñanza, discusión, investigación y publicación de los resultados. Se destacaban matemáticos, físicos, astrónomos, geógrafos, filósofos, biólogos, ingenieros, literatos, poetas y filólogos. Su tercer director fue Eratóstenes de Cirene. Eratóstenes demostró que la tierra era redonda y que su circunferencia media alrededor de 40.000 km. ¿Qué tal? ¿Nada nos dice esto sobre la circunnavegación de los mares, el viaje de Colón de 1492 o la actual globalización?
Esta mención de nombres famosos de la filosofía y la ciencia resultan necesarias para demostrar la existencia de una herencia. Es recordarlos para tomar conciencia del monumental caudal de  conocimientos y realizaciones prácticas que nos han legado. Como vemos existe. Agreguemos que:


Siempre estaremos en deuda.

Tres comentarios sobre el parcial y reducido inventario antes mencionado.
Uno, la enorme cantidad de personas famosas no mencionadas para no atosigar más la redacción.
Dos, la no inclusión de las personas anónimas que hicieron posible el surgimiento de estos talentos. Este patrimonio solo se pudo conformar en condiciones sociales, económicas, culturales y políticas adecuadas. Naturalmente que le debemos mucho al genio de Aristóteles y otros, pero ¿cuánto le debemos a los esclavos que involuntariamente sacrificaron sus vidas y con su trabajo crearon los bienes para que algunos hombres estuviesen liberados del trabajo manual?
Y tres, que nunca pagaremos materialmente esta herencia. La única manera en que  podremos compensar en algo tanto aporte es con gratitud.


¿Cuál sería nuestro deber?
Si heredamos semejante patrimonio cargado de genio y sabiduría, tanto como de sangre y lágrimas, ¿no deberíamos encontrar alguna utilidad mayor que el beneficio excluyente de una minoría privilegiada?


Si algunos supieron apropiárselo ¿No serán sus legítimos propietarios?

¿Acaso no parecen ser esas minorías las propietarias de esa herencia? ¿No son ellas las que disfrutan de todo dejando para el resto muy poco? ¿No tienen el derecho de su lado, bajo el principio de “propiedad privada”? No.
Podríamos dar un ejemplo para aproximar una respuesta a este interrogante a través del derecho a la propiedad intelectual.
Alguien tiene una idea. La patenta y es propietario de la misma. Todos entienden que es “su” idea. Este propietario o titular puede disponer de la misma como le plazca y lograr que ninguna  otra persona física o jurídica pueda disponer legalmente de su propiedad sin su consentimiento. Si un tercero quiere lograr su aprobación, puede pagar un canon a partir del cual hacer uso de esa idea y producir un bien con el objeto de su comercialización.
Una industria “metalúrgica” paga por una invención, otra “farmacéutica” paga una patente para un medicamento, un taller de “piezas especiales” por un dibujo, un fabricante de “turbinas” por un modelo original, una “automotriz” por un nuevo diseño, una “imprenta” por el manuscrito de un escritor, una “radio” por emitir una obra musical, un “teatro” por poner en cartelera la obra de un autor. En todos los casos, cuando el producto resulta comercializado, una parte del precio es para pagar el derecho a la propiedad intelectual. Al propietario de la idea.
A todas luces, en el orden social vigente, una parte del valor proviene de un lugar distinto al de la industria, la farmacia, el taller, la fábrica, la imprenta, la radio o el teatro, donde se hará uso del invento, el dibujo, el diseño, el manuscrito, la obra musical o teatral. Cuando ese derecho a la propiedad intelectual se deja de pagar, por estar al margen de la ley o porque una patente ya está vencida, el valor no deja de estar. Solo que va a quedar en otras manos. Puede ser del propietario, los trabajadores o los consumidores.
Cuando ese valor histórico-social que se incorpora a la nueva mercancía, tiene un pasado remoto, mayor a 20 años en la mayoría de las patentes o mayor a 20 siglos en el teorema de Pitágoras, determinar “de quién es ese valor” es un asunto no resuelto. Claramente las dificultades de tal cuestión hacen que lo más cómodo sea dejarla en el limbo y que los valores sigan “privatizados”. Pero, ojo, no le pertenecen a ese privado.


¿Qué hacer frente a esta realidad?

Lo que nosotros planteamos es determinar ese valor y socializarlo entre todos los integrantes de la comunidad.
Si aceptamos como válidos los argumentos dados hasta aquí, nos queda el interrogante siguiente:


¿Cómo podemos cuantificarlo?

Esa respuesta la vamos a dar junto con nuestra propuesta concreta.


¿Cómo resolverla?

La resolución es política. Deviene de un consenso. Este consenso se está abriendo camino en la Argentina. Bastaría mencionar la Asignación Universal por Hijo que abarca a más de 3 millones de niños, o las 2 millones de jubilaciones para aquellos mayores que no tuvieron los aportes realizados en regla, o los distintos servicios sociales que son admitidos por el conjunto de la población para poder vivir en una sociedad mejor. Por esta realidad objetiva y subjetiva el planteo del IBA ingresa en el debate en un buen momento histórico. Naturalmente resulta un paso superador de todas las políticas sociales practicadas hasta aquí y un ingrediente virtuoso para el individuo y mejor funcionamiento social.


¿Es virtuosa para el individuo?

Avancemos un poco más en este asunto de la justicia del IBA. Por herencia entendemos aquello que nos deviene de antes y de otros y que le da sustento a nuestra vida. Con sencillez podemos admitir una herencia genética, una herencia cultural y una herencia patrimonial. Digamos que venimos al mundo -sin que nadie nos pregunte antes si queremos o no venir-, pre-configurados genéticamente –nadie nos pregunta cómo queremos ser-, educados en un ambiente cultural determinado –no elegimos el idioma en el que hablar-, y habitando un sitio –determinado por nuestros mayores-. Como vemos, la herencia es muy importante. Pero no es todo. Con nuestro crecimiento, en un marco, medio o contexto heredado, iremos ganando grados de libertad y sobrevendrá la posibilidad de nuestra realización personal. Ahora debiéramos ver que hay una dialéctica y un equilibrio entre las distintos partes de la herencia. Si imagináramos una mesa de tres patas, la exigencia es que debe sostenerse en las tres, porque si una falla: no habrá realización personal. O no se alcanzará la felicidad del pueblo, al decir de Aristóteles.
La parte que estamos defendiendo en estas líneas es la herencia patrimonial. ¿Hará falta que digamos que si un ser es desposeído de todo patrimonio, genéticamente no desarrollará todo su potencial y culturalmente se verá afectado hasta de incorporar los conocimientos más elementales? Creo que a esta altura es suficientemente claro, por lo que vamos a seguir con el razonamiento.


¿Será virtuosa para la sociedad?

Esa es la gran apuesta. Se trata de combatir el parasitismo. Y enaltecer el trabajo, el esfuerzo, la excelencia, la utilidad y la belleza. Para nuestra buena vida y para acrecentar la herencia de las futuras generaciones. Una sociedad más justa e integrada estará en mejores condiciones de transitar los caminos adecuados para mejorar la condición humana y ambiental. Será una sociedad más rica por su desarrollo cultural y porque sus fuerzas científicas, tecnológicas y productivas no seguirán siendo destructivas del ser humano y del ambiente. Claro que reportara a favor del bienestar general.


Ahora ¿Con qué derecho la sociedad puede disponer de esa porción para repartirla entre todos?

En principio con el mismo derecho que utiliza cualquier Estado para cobrar impuestos y a partir de los mismos brindar los servicios que le son atinentes. Con el mismo derecho con que la UNESCO confiere a sitios específicos del planeta el carácter de Patrimonio de la Humanidad, con el objeto de preservar y dar a conocer espacios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad. O porque el primer derecho es a la vida y teniendo la posibilidad de garantizarlo, resultaría un pecado imperdonable no cumplirlo. O simplemente porque elevar la calidad de vida, terminar con la división determinada por la clase social a la que cada uno pertenece y alcanzar una sociedad más integrada sea motivo suficiente para que exista este derecho.


Vale la pena mostrar algunos números optimistas.

En el día de ayer el analista y periodista Jorge Castro brinda algunos datos elocuentes: “El dato central de la situación mundial en la segunda década del siglo XXI es que cae la pobreza y crece la economía global……En 1980 el 52% de la población mundial vivía bajo los niveles de pobreza (U$S 1,25/día) y ese porcentaje había disminuido al 22% en 2008”. Sigue más adelante: “La clase media global, que hoy asciende a 1.800 millones de personas, alcanzaría a 4.900 millones en 2030 (sobre una población total de 8.300 millones).” Los países que abren cauce a estos cambios son los que han sabido capitalizar la herencia en todos los sentidos. Escarmentando en cabeza propia y ajena frente a los errores, integrando los aciertos. Han incrementado la productividad y mejorado la distribución de la riqueza. Argentina no debe quedar al margen de esta tendencia.

Finalizo la carta con esta idea.

Si como integrante de una familia, alguno de nosotros dice: vivo mejor que mis padres y mis abuelos -no por trabajar más que ellos- sino porque heredé un patrimonio que me permite una existencia más placentera; como protagonistas de la sociedad del siglo XXI deberíamos decir: podemos vivir mejor que cualquier generación anterior –no por trabajar más que ellas- sino porque somos herederos de los conocimientos y los bienes creados en los últimos miles de años y eso nos permite el buen vivir.


Y cierro con estas palabras de Pablo Neruda que habla de la Herencia y que muchas veces no valoramos.

Pablo Neruda de 'Confieso que He Vivido'
... Nos dejaron las palabras'
"Todo lo que usted quiera, si señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola... Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció... Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada... Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras'.
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Mario Mazzitelli.
Sec. Gral. del PSA (Argentino)



*Hemos hablado de Ingreso Básico Alimentario. Hoy por internet en www.sinpermiso.info se ofrece un libro en PDF titulado Renta Básica Ciudadana. En él se recopilan un gran número de artículos que deberían servir a quienes quieran profundizar en el tema. En esa línea, en la que no pretendo ninguna originalidad, seguiré avanzando en esta y otras cartas. Creo que puedo realizar un pequeño aporte práctico y teórico. Siempre que tengamos claro que lo hago para abrir un debate y podamos encontrar una solución práctica al drama de la indigencia y la pobreza.

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