Jueves
7 de febrero de 2013.
Nota: hoy a las 9 horas me
crucé con Nora
Cortiñas en
el Hospital Posadas. Estuvimos hablando. La alcance hasta la estación de Ramos
Mejía. Hoy declara Astiz y ella va a estar presente. Luego dará la tradicional
vuelta de los jueves a la Plaza
de Mayo con 35° de temperatura. La
Plaza de las Madres. Cuando la dejé me embargó una emoción difícil
de describir. Una Madre como Nora, con sus enormes luchas a cuestas, nos sigue
dando ejemplo de amor, claridad, templanza y voluntad. ¿Estamos a su altura?
Claramente no. ¿Sabemos -los argentinos que queremos vivir en una sociedad
justa y democrática- lo que le debemos a las Madres? Seguramente no. Ni yo
mismo. MM.
Carta
5.- A los jóvenes:
"Sentimientos
y respeto."
“La
madre.”
“Una
vez, después de cenar, Pablo corrió los visillos de la ventana, sentose en un
rincón y se puso a leer, luego de haber colgado en la pared, encima de su
cabeza, una lámpara de petróleo. La madre, que acababa de recoger los platos en
la cocina, se le acercó con precaución.
El
alzó la cabeza y la miró a la cara, interrogante.
-
Nada... No quiero nada -se apresuró a decir, y alejose turbada, arqueando las
cejas. Pero, luego de permanecer inmóvil un rato, pensativa y preocupada, en
medio de la cocina, se lavó bien las manos y volvió junto al hijo.
-
Quería preguntarte -pronunció en voz baja- qué es lo que lees constantemente.
Él
cerró el libro.
-
Siéntate, madre...
Se
dejó caer a su lado la madre e irguió el cuerpo, aguzando el oído, en espera de
algo importante.
Sin
mirarla, en voz queda y, él sabría por qué, con tono muy severo, empezó a
hablar:
-
Leo libros prohibidos. No nos los dejan leer porque dicen la verdad acerca de
nuestra vida obrera ... Se imprimen a escondidas, en secreto, y si los
encontrasen en casa, me llevarían a la cárcel ... a la cárcel por haber querido
saber la verdad. ¿Comprendes?
Sintió
ella de pronto que le faltaba el aliento, abrió mucho los ojos, miró al hijo y
le pareció un extraño. Tenía otra voz, más recia, pastosa y sonora. Ella sentía
lástima del hijo y temía por él.
-
¿Y por qué lo haces, Pablo? -le preguntó.
Él
alzó la cabeza, la miró y contestó tranquilo, en voz baja:
-
Quiero saber la verdad.
Su
voz no resonaba con fuerza, pero sí con firmeza, y sus ojos brillaban
obstinados. El corazón le dio a entender que su hijo se había consagrado para
siempre a algo misterioso y terrible. En la vida, todo le parecía inevitable:
estaba acostumbrada a someterse sin reflexionar, y ahora se limitaba a llorar
en silencio, sin encontrar palabras en su corazón, oprimido por la angustia y
la pena.
-
No llores -dijo Pablo con voz cariñosa, que a ella le pareció una despedida-.
Reflexiona, ¿qué vida es la nuestra? Tienes cuarenta años, y dime: ¿has vivido
en realidad?
Párrafo
del libro “La Madre ”
del escritor Máximo Gorki. Este libro es una catarata de emociones. Y
reflejando los dolores y las injusticias a las que era sometido el pueblo ruso,
tuvo una enorme influencia en la Revolución Social más grande la historia.
Viene
a cuento porque los humanos transitamos, luchamos y defendemos la vida a partir
de las emociones. Sentimos amor, rencor, miedo, odio, curiosidad, admiración,
nostalgia, melancolía, bravura, aliento, tristeza, dolor, desconsuelo, alegría,
esperanza, furia, tranquilidad, felicidad.
Son
los sentimientos los llamados a mover la historia. Recordemos estas palabras
del CHE a sus hijos”…
Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia
cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más
linda de un revolucionario.” Pero nos han enseñado a no
mostrarlos. El propio CHE en un momento dice: “Déjenme decirles, a riesgo de
parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes
sentimientos de amor.” ¿Por qué parecer ridículo? Porque
así fuimos educados durante muchísimas décadas, quizás siglos.
Los
sentimientos viven en cada uno. Y si algunos resultan incuestionablemente
nobles, otros caen en el descrédito. Por caso observemos al avaro (banquero)
que cuida cada centavo como si fuera el último y resulta insensible a cualquier
necesidad ajena a sus ansias de acumular fortuna. Egoísmo cuyos últimos
resortes los imaginamos en la psicología de la necesidad extrema en que vivió
la humanidad por siglos y que la llevó a ganar en seguridad acumulando
riquezas. Pero hoy no lo
justificamos.
Habitan
sentimientos referidos a la esfera individual y la pública. Hay una dialéctica
entre ellos y, aunque sabemos de sobra la dualidad existente en millones de
casos, nosotros aspiramos y nos educamos para que no haya dicotomía entre unos
y otros.
Muchas
veces nuestros sentimientos son contradictorios. Y los seres humanos somos
paradójicos, quiero decir, que la pretensión de
conocerlos-conocernos no resulta todavía sencilla, ni siquiera para
la ciencia más avanzada. No obstante esta certeza nosotros vamos a seguir con
esta reflexión.
Vamos
a seguir con esta reflexión porque estamos convencidos que los mejores sentimientos deben
prevalecer sobre los inferiores y rastreros. Creemos que se pueden educar y
cultivar aquellos que enaltecen la vida. Y que no “todo es
igual”.
Los
sentimientos los vamos desarrollando a lo largo de la vida. Y nos llevan a
tomar definiciones. Juan B. Justo nos da un buen ejemplo de porque él se hizo
socialista a partir de los sentimientos de amor e impotencia que fueron
creciendo en su vida como médico. En “Porqué me hice socialista”, dijo Justo,
el 11 de marzo de 1910: “Hubo
una época en mi vida en que salía yo todas las mañanas del hospital, después de
pasar media jornada entre los enfermos, los lisiados, los inválidos, las
víctimas variadas de la miseria, de la fatiga, de la explotación y del alcohol.
Y cuando se hubo apagado algo en mí el orgullo del artífice que opera en carne de
hombre, del obrero cuya materia prima son los tejidos humanos, cierto día, al
retirarme fatigado, empecé a preguntarme si aquella lucha contra la enfermedad
y la muerte que absorbía todas mis fuerzas era lo mejor, lo más inteligente que
yo podía hacer. Desbordaba siempre el hospital de carne doliente, sucedíanse
los pacientes en las filas de los lechos y en cada lecho, y no salían de allí,
sanos y mejorados, sino para caer inmediatamente otra vez entre los engranajes
de una organización social que con la ignorancia y el vicio de las masas
justifica el privilegio y la opresión. ¡Cuántas veces no aparté la vista,
dolorido, de algún mendigo abyecto, a quien conservándole la vida cuando llegó
a mis manos como víctima del trabajo, había yo conducido a semejante
situación!”
“¿Valía
la pena empeñarse tanto en conservar esas vidas, fatalmente condenadas a un vil
sufrimiento? Gradualmente comprendí que había mucho de estéril e indigno en mi
tarea, que aquella atención al cuidado de cuerpos humanos lisiados y doloridos
tenía en sí algo de fanático y unilateral. ¿No era más humano ocuparse de
evitar en lo posible tanto sufrimiento y tanta degradación? ¿Y cómo conseguirlo
sin iluminar la mente del pueblo todo, sin nutrirla con la verdad científica,
sin educarla para más altas formas de convivencia social? Y la obra humana, la
obra necesaria, se me presentó entonces como una infinita siembra de ideas,
como un inmenso germinar de costumbres que acabaran con el dolor estéril, y
dieran a cada ser humano una vida digna de ser vivida. Y pronto encontré en el
movimiento obrero el ambiente propicio a mis nuevas y más fervientes
aspiraciones”. Sus “…nuevas y más fervientes
aspiraciones”. Siempre los sentimientos.
Dejará
constancia para siempre sobre su acción política en esa extraordinaria frase
que dice: “Amo el
país en que vivo, y deseo que sean muchos los que tengan motivos de amarlo; una
viva simpatía me une a todos los que aquí trabajan y luchan, y para ellos deseo
la vida de los hombres fuertes, inteligentes y libres; amo la lengua de mis
padres, y quiero que sea hablada con ingenio por millones de hombres, que en
ella sean escritas obras grandes y hermosas, que esas obras sean muy leídas; me
llamo argentino, y quiero que éste sea el nombre de un pueblo respetado por sus
propósitos sanos y sus acciones eficientes; veo que todavía cada pueblo tiene
una bandera, y deseo que, mientras la humanidad no tenga una, la argentina o la
sudamericana flamee en estas tierras.”
Otras
historias.
En
1928 don Hipólito Irigoyen gana la elección presidencial con el 61,67% de los
votos. Ya había gobernado entre 1916 y 1922. Y enormes críticas correspondieron
y corresponden a esa gestión. Pero, ¿alguien duda del “afecto” y “respeto” que
el pueblo sentía por su caudillo?
Varios
años después el pueblo iba a dar una de las más grandes expresiones de “cariño”
de la historia. El 26 de julio de 1952 a los 33 años moría Eva Duarte de Perón “La abanderada de los humildes”. El
“dolor” recorrió el corazón de millones de trabajadores y trabajadoras, que
sintieron su muerte como un desgarro inmenso. Catorce días duraron los
funerales en los que el pueblo manifestó el “amor” que le siguió profesando
hasta nuestros días.
El
20 de abril de 1965 fallecía Alfredo Palacios, miles de jóvenes y miles de
viejos acompañaron sus restos en “reconocimiento” al defensor ardiente de los derechos
de los trabajadores y trabajadoras de la Argentina.
El
28 de junio de 1966, los intereses y sentimientos más bajos tomaron por víctima
el gobierno de Don Arturo Illia. Tuvo que pasar el tiempo para que el
arrepentimiento de muchos de sus victimarios transformara el “odio” en
“admiración”, para que muchos de sus adversarios cambiaran el “desprecio” por
el “reconocimiento” a su gestión y para que sus seguidores sintieran “orgullo”
por la austeridad y humildad ejemplar de su viejo correligionario.
El
20 de junio de 1973 dos millones de argentinos fueron a recibir a Juan Domingo
Perón a Ezeiza. Volvía para quedarse en el país después de 18 años de exilio.
¿Quién, sino la “emoción” (los viejos recuerdos de tiempos felices, la
conmoción del reencuentro, la ilusión de volver a alcanzar la Justicia Social ,
la dignidad de los trabajadores) pudieron convocar a dos millones de personas?
El
retorno a la Democracia
de 1983, con Raúl Alfonsín liderando la etapa, hizo confluir tantos
sentimientos que resultan inenarrables para esta carta. Fue como volver a ver
el sol después de una larga y tortuosa noche de más de 7 años.
El
27 de octubre de 2010 murió Néstor Kirchner. Sorpresa, recogimiento y dolor en
todos los argentinos. Incluso en sus más fervientes contrincantes. Su lado
oscuro iba a ser enterrado junto a su cuerpo. Y dos años después aunque alguno
de sus opositores se anima a criticarlo, nadie llega tan lejos como antes de su
muerte.
Su
esposa Cristina, por cualidades propias y circunstancias históricas muy
particulares, es reelecta el 23 de octubre de 2011 con una mayoría abrumadora.
Existe hacia ellos una corriente de cariño de un sector importante de la
sociedad. No siempre se produce este fenómeno. Y aunque en febrero de 2013 ha disminuido en
extensión e intensidad, sigue siendo el dato emocional más relevante de la
política actual.
Nosotros tenemos diferencias
éticas, políticas y programáticas cósmicas con este gobierno.
Pero esto no nos lleva al desconocimiento del vínculo emotivo que los une con
su base. Fíjense, para sorpresa de muchos, que algunos de esos
sentimientos de “solidaridad” con el prójimo, de impulso a la “justicia
social”, de “hermandad” latino-americana, de búsqueda de “justicia” en torno a
los crímenes de lesa humanidad; son similares a nuestros propios sentimientos.
Acortando las distancias cósmicas que nos separan en otros órdenes.
No
conozco ninguna “historia
de los sentimientos”, como si conozco historia de la
ciencia, historia económica, historia de las ideas, historia de la tecnología,
etc. Pero estas líneas, que solo pretenden escarbar en un terreno poco
trabajado, marcan
la necesidad que -en nuestro hacer político- tengamos en cuenta los
sentimientos ajenos y los respetemos con la mayor convicción. Así como nosotros
pretendemos que los demás respeten los nuestros. Nada sencillo
al decir de nuestra propia historia.
Mario
Mazzitelli.
Sec.
Gral. Nac. del PSA (Argentino)
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