viernes, 13 de septiembre de 2013

Carta 16 - "Los dilemas, la pobreza y la política."

Lunes 27 de mayo de 2013.
Carta 16.- A los jóvenes.
“Los dilemas, la pobreza y la política.”


         Un dilema se plantea en una situación dada frente a la cual tenemos más de un camino a seguir.
            Algunos de estos dilemas se plantean en el marco del doble carácter “egoísta y altruista” que los seres humanos cargamos en nuestra conciencia.
            Los liberales han tratado de naturalizar el egoísmo como forma de justificar sus posturas. Dice Von Neumann: “Es absurdo quejarse del egoísmo y la falta de honradez de la gente, como protestar porque la intensidad del campo magnético no crece a no ser que exista el rotacional correspondiente del campo eléctrico”. Allí está el viejo apotegma de “la mano invisible” como factor de autorregulación económica: si cada uno busca el máximo beneficio individual con independencia de cualquier consideración moral o de otra índole, se obtendrá el mayor beneficio colectivo. Estas tesis tuvieron su expresión vernácula en Álvaro Alsogaray  y muchos otros que, comprendían el comportamiento de las leyes de la economía o de la vida cotidiana como “naturales” y las asimilaban por ejemplo a la Ley de Gravedad: nadie puede enojarse porque las cosas caen al suelo.


El egoísmo.

            Estas tesis, con tener algo de cierto, son esencialmente falsas. Una sociedad con integrantes tan egoístas no podría funcionar. Si cada uno, en una colectividad determinada, sólo pensará en sí mismo y la existencia de los demás la remitiera a sus propias necesidades, intereses y aspiraciones individuales, estaríamos en presencia de una sociedad inviable.
            De hecho desaparecería lo público, porque nadie se dedicaría a realizar aquello que fuera aprovechado para otros. De esta manera por caso, nadie se ocuparía del agua corriente, ni del tendido de energía eléctrica, ni las redes de gas, etc. La lista seguiría hasta el absurdo.
            Somos seres sociales. Y tenemos existencia como personas porque vivimos en sociedad. “Soy” porque hay otro que me reconoce. Mi mamá, mi papá, mis hermanos, mis vecinos o compañeros. “Soy” porque están ellos. Y cada uno de ellos se realiza “en y por” los demás. Somos “quienes somos” además, porque antes hubo otros de quienes heredamos el idioma, los conocimientos, la cultura y una infinidad de elementos materiales sin los cuales nuestra vida no sería posible. Y vivir en sociedad, por más egoístas que seamos nos impone un mínimo de consideraciones ineludibles hacia los demás. Podríamos retomar: hacía mi mamá y mi papá, hacia mis hermanos, vecinos y compañeros, hacia mis hijos, hacia la sociedad toda. Deberes se le llama y el término me parece apropiado; es tanto lo que le debemos a los demás que sería injusto que no respondiéramos con el cariño, la atención y la responsabilidad correspondiente. La realidad nos muestra que hay seres donde prevalece el egoísmo y otros en los que prevalece la generosidad. Pero en todos encontraremos los dos componentes. Tanto es así que muchas veces nos cruzamos con la paradoja de que quien habíamos caracterizado como un ególatra que sólo piensa en sí mismo, responde con una actitud de entrega ejemplar, y a quien habíamos caracterizado como una persona bondadosa, resulta tener una actitud totalmente individualista. Aunque el egoísmo es uno de los componentes innatos de  cada ser vivo y su existencia nos acompañará por siempre, bajo ningún punto de vista puede ser el parámetro de construcción de una comunidad, porque olvida que al mismo tiempo brilla en cada uno el alma solidaria.


La honestidad.
            Si observáramos el tema de la honradez ocurre algo parecido. ¿Qué significa ser absolutamente honrado? Difícil de contestar. Pero vayamos por el otro lado ¿Cómo podría funcionar una sociedad donde todos son deshonrados? Sencillamente no funcionaría. Imaginemos que, en nuestra deshonestidad, el primero al que podemos estafar es al Estado. No pagaríamos el pasaje de tren, buscaríamos colgarnos de la luz, robaríamos el agua y el gas de las cañerías que pasan por el frente de nuestra vivienda, evitaríamos pagar alumbrado, barrido y limpieza, en fin eludiríamos todos los impuestos que nos resultaran posibles. Si todos o muchos asumieran la misma actitud colapsarían todos los servicios hundiendo a la sociedad en una catástrofe monumental, cuya descripción resultaría tan apocalíptica que la dejamos para la imaginación de cada lector. Si pagáramos al Estado pero no al almacenero, al carnicero, al verdulero, al  kiosquero, a la tienda, la zapatillería, la ferretería, la farmacia del barrio, también estaríamos terminando con cada una de estas actividades en una cadena que también hundiría a la sociedad. Observemos por un instante que: si imagináramos una sociedad donde todos son absolutamente honestos, donde nadie quisiera vivir del trabajo del otro, donde dejáramos la puerta de nuestra casa abierta porque nadie la robaría, donde dejáramos la bicicleta en la estación de tren sin cadena porque nadie la tomaría -porque sabe que no le pertenece- y si la tomara por necesidad la devolvería al día siguiente agradeciéndole al dueño porque lo salvo de una emergencia, donde el kiosquero pudiera dejar la pila de diarios y cada quien se agarra el suyo y lo paga sin que se le reclame, esa sociedad sería perfectamente viable, agradable y amigable. Y aunque no debiéramos ser tan ingenuos de pensar que esta sociedad es fácilmente realizable, tampoco deberíamos ser tan cínicos -como algunos liberales- que en su afán por preservar sus privilegios naturalizan al egoísmo y la deshonestidad para justificarse a sí mismos.
            Sin perder sentido de realidad, sin dejar de entender el grado de deterioro material y espiritual que tiene la sociedad en la que vivimos, seamos idealistas aspirando a la mejor sociedad posible.


Los dilemas.

            Los dilemas se producen por la combinación de la libertad y la multiplicación de los caminos posibles. Si no hay libertad no hay dilema. Si no existen diversos caminos tampoco.
            Los esclavos no tienen libertad. Un esclavo es una persona que, transformada en un objeto resulta en propiedad de otra persona, el esclavista. Antes de seguir aclaro que aunque para la mayoría de nosotros el término esclavitud remite a épocas muy antiguas; según Naciones Unidas todavía existen varios millones de esclavos en el mundo, y en nuestra propia Argentina hemos observado casos de esclavitud en talleres del vestido, en explotaciones agrarias con menores, en la trata de personas, la prostitución, etc. La Alameda habla de 500.000 personas en estado de esclavitud en nuestra Patria. En todos estos casos, la voluntad de la persona explotada queda subordinada a la del amo. El único camino alternativo es la rebelión, con lo riesgos implícitos que conlleva dado que la sumisión en la mayoría de los casos se logra cultivando los miedos, reales o imaginarios, en la persona dominada.  Desaparece la libertad y con ella el dilema.
            Tampoco hay dilema cuando sólo se puede recorrer un camino. Al conductor de un tren no se le plantea disyuntiva alguna para llegar de una estación a otra. Tiene un sólo camino que son las vías. La hora de comienzo de las clases de la escuela primaria no deja alternativas. No tenemos dudas, si queremos ver un partido de fútbol completo deberemos llegar con suficiente tiempo. En estos casos nuestra voluntad no incide en el desarrollo de las cosas. Pero tampoco para Defensa Civil cuando frente a un accidente desarrolla un protocolo previamente estudiado y aprobado. A quien corresponda deberá llevarlo a pie juntillas, sin que se ponga a pensar sobre la totalidad de posibilidades con la que abordar una situación de catástrofe.
            Fuera de los ejemplos señalados, la vida nos plantea enorme cantidad de disyuntivas. A los 18 años, por ejemplo, si sigo estudiando o empiezo a trabajar. Qué carrera elijo en el 1º caso. Qué actividad laboral podría desarrollar en el 2º. Si empiezo apenas termino la secundaria, o dejo pasar este verano para salir con mis amigos y pensarlo mejor más adelante. En fin, quienes entendemos vivir en una sociedad libre, nos encontramos con dilemas todos los días. Individuales y colectivos. Algunos teñidos exclusivamente por dar satisfacción a mis deseos personales. Otros cargados de generosidad hacia la sociedad en la que vivo. Unas que las resuelvo en soledad. Otras que sólo puedo enfrentarla en cooperación con otros.


El dilema de la Pobreza.

            En este contexto parece estar planteado el dilema de la pobreza. Pero antes de entrar en la cuestión de la que son objeto estas líneas, me detendré en un asunto tratado en teoría de los juegos y que se llama “dilema del prisionero”.
            El asunto está planteado de tantas maneras distintas y con tantos ejemplos que nos invita a crear uno en el marco estricto del dilema.
            “A la salida de un partido de fútbol  y con las calles todavía cargadas de hinchas de dos clubes, se produce una explosión frente a una confitería. Se sabía desde hacía un tiempo que unos vándalos estaban poniendo bombas que, sin causar muerte, generaban importantes destrozos y pánico en la gente. La legislación se había puesto severa. La presión social por encontrar a los responsables resultaba muy grande. La policía sale en busca de los culpables. Cree que pueden ser Juan y Pedro los que están involucrados, pero no tiene plena seguridad. En realidad son inocentes, eso no viene al caso. Los detienen. Parecen dar con el perfil de los dos únicos precarios identikit que posee la policía. La Justicia piensa que alguien deberá quedar arrestado, porque el descrédito por la Institución Justicia y Policía seguirá creciendo si no encuentran a esos “delincuentes” sobre los que hacer cargar las culpas por tanto daño. Juan y Pedro quedan detenidos. Incomunicados.
            El fiscal a cargo de la acusación no tiene pruebas. Podría acusarlos por tumulto, con penas máximas de 1 año (excarcelable), frente a la pena mayor por haber puesto la bomba que sería de 10 años de cárcel. Les ofrece a ambos detenidos el mismo trato:

-“Si usted Juan acusa y Pedro no. El tendrá 10 años de cárcel y usted saldrá en libertad. Ese es el premio por colaborar con la policía y la justicia.                              
 – Si usted no confiesa y su cómplice lo manda al frente, el que tendrá que comerse 10 años en prisión será usted.                                                                                                     
– Naturalmente que si los dos confiesan (acusan) la pena máxima por haber colaborado se reduce para ambos y pasarán 4 años a la sombra.                                                                            
– Si los dos callan se reducirá su pena a la cuestión del tumulto. Pero no creo que usted vaya a confiar en Pedro.”

            Juan y Pedro se encuentran frente al dilema del prisionero.
            Razona Juan 1.- Debería ser bondadoso, cerrar la boca y no decir nada. Pero si Pedro me manda al frente me paso 10 años de cárcel. Es muy grande el riesgo. 2.- Mejor lo mando al frente. Digo que fue él y puedo quedar en libertad (6 meses excarcelables). O en el peor de los casos 4 años. 3.- También corro el riesgo que yo lo acuso y el me acusa y nos quedamos 4 años a la sombra. Aunque es menos que 10. ¿Qué hacer?
            Se genera el siguiente cuadro:


Pedro Altruista (niega)
Pedro Egoísta (acusa)
Juan Altruista (niega)
     6 meses a cada uno
Pedro absuelto-Juan 10 años
Juan Egoísta (acusa)
Pedro 10 años-Juan absuelto
      4 años a cada uno

           Aquí juega la actitud altruista o egoísta de uno y otro. Son tres posibilidades.   1.- Los dos son altruistas, 2.- Los dos egoístas y 3.- Uno es altruista y el otro egoísta.
           El resultado común óptimo para los dos es ser generosos. Quedarían con una pena de 6 meses que sería excarcelable.
La estrategia dominante para ambos, sin embargo, es ser egoísta. Porque independientemente de la elección del otro jugador, pueden evitar el peor resultado. Obtienen un resultado intermedio. Quedan condenados a 4 años de prisión.
El resultado pésimo se produciría cuando uno piensa en su interés y el otro asume una actitud generosa. El egoísmo en ese caso es premiado con la absolución y el altruismo con 10 años de prisión.
El mejor devenir proviene de la cooperación. Pero la desconfianza y el individualismo llevan a la confrontación. Difícil situación para resolver. Que lógicamente se complica en realidades más complejas y en el propio desarrollo matemático y racional de la teoría de los juegos.
            Ahora tomando esta línea de razonamiento y en un juego de analogías podríamos observar la dinámica en una sociedad y plantearnos el “dilema de la pobreza”.
            Para la ocasión dividiremos a la sociedad en dos sectores: los pobres y los no pobres.
            Definir la pobreza no es sencillo. Tal definición la dejamos para otro tramo de este trabajo. Para decirlo con sencillez digamos que la pobreza puede ser del estómago, del corazón o de la cabeza. Nos remitimos a la pobreza del estómago. Por pasar hambre en algunos casos y en otros por no llegar a completar un ingreso mínimo que permita una vida digna.
            Los sectores pobres tienen en principio dos actitudes posibles frente a la vida. Una de conformismo, de resignación, de aguante como se pueda. Otra de esfuerzo, sacrificio y lucha individual y/o colectiva. Algunos lo intentarán y los sacrificios serán de tal intensidad que se fatigarán y aceptarán seguir viviendo en la misma condición en la que lo hicieron por largos años.   Salir de la pobreza no es fácil. Solamente unos pocos lo lograrán exitosamente. Quienes a través de su capacidad individual logren sobresalir, tomarán distancia de su anterior situación. Aunque se queden en el barrio y tengan una buena actitud frente a los demás, difícilmente puedan lograr algo más que elevar a su familia y algún pequeño entorno. Los caminos más cortos como los de la delincuencia no los tomamos para nuestro caso. La conclusión, fruto de la experiencia, es que sólo unos pocos logran salir de la pobreza. Quedando la mayoría sumergida y reproduciendo la situación en hijos, nietos e hijos de los nietos.
            Por su lado los sectores acomodados, satisfechos o con ingresos
suficientes, tienen dos maneras de observar a los desposeídos. En un caso entienden que se trata de un hecho casi natural: “siempre hubo ricos y pobres”; conclusión: “nada se puede hacer”. En la misma dirección marcha el razonamiento “están así porque quieren”, “son unos vagos, les llevas una pala y te sacan corriendo”, “en realidad ya están acostumbrados y no necesitan cambiar su situación”. En otros casos lo que puede existir es un interés por mantener la pobreza. Si es un empresario puede convenirle que exista una masa de mano de obra desocupada que ayude a disminuir los salarios y a disciplinar a los trabajadores. Si es un político clientelista puede sacar provecho al  mantener una cantidad de votos cautivos con los que sostener y proyectar su carrera política. Si es una señora gorda puede necesitar que la muchacha esté disponible mucho tiempo para atender las cosas de su casa por un salario bien bajito. Sea por razones ideológicas o de interés un enorme sector de las capas medias y altas carecen de sensibilidad frente a este tema. Y en todo caso lo remiten a una moneda caritativa con algún chico o que el Estado se haga cargo; para eso paga sus impuestos. Unos pocos sectores juveniles, de la clase trabajadora, de las capas medias están decididos a resolver el problema de la pobreza.
            La pobreza estalla en las épocas de crisis económica. Y se acalla durante los períodos de cierta bonanza. Toma visibilidad cuando sectores importantes salen a cortar calles con reivindicaciones concretas. Ocurre que en general esas demandas resultan en medidas paliativas frente a situaciones desesperadas, pero no rompen el círculo vicioso de la pobreza. Por eso desde hace dos siglos, y salvando honrosas etapas excepcionales, nuestro país no resolvió la cuestión.
            Veamos si al reproducir el cuadro anterior, en esta ocasión con los nuevos actores, obtenemos alguna conclusión. A cada sector le asignaremos dos actitudes: una de resignación, una suerte de resistencia al cambio y otra de lucha contra la pobreza. Vamos a imaginar que el 70% pertenece a los sectores satisfechos y el 30% a los pobres. Si ambos quieren el cambio los sumaremos, si un sector quiere y el otro no  restaremos el 2º al 1º y si ambos se resisten al cambio le pondremos un signo menos a la suma de ambos. Ponemos como fuerza mínima para resolver democráticamente el dilema superar 50 puntos.


Satisfechos que luchan
Satisfechos resignados
Pobres que luchan
30 + 70 = 100               (1)
     30 – 70  =  - 40     (3)
Pobres resignados
-30 + 70 = 40    (2)
- (30 + 70)  = - 100    (4)

         Claramente el escenario idílico surge del compromiso de ambos sectores en el cuadro 1. Sólo allí se logra superar el piso. El cuadro 2 es el menos realista donde los Satisfechos tendrían interés en terminar con la pobreza y los Pobres no. En el cuadro 3 todos los pobres tienen interés, pero se encuentran con la indiferencia del resto, no alcanza. El cuadro 4 es el peor de los mundos.
            Ahora bajando un poco más a la realidad podríamos imaginar que no resultaría complicado involucrar al 70% de los pobres en una cruzada de esta naturaleza porque está en su propio interés. En ese caso habríamos conquistado la voluntad del 21%.
Necesitamos conseguir 30 puntos más para superar el piso de 50. La pregunta siguiente es ¿Por qué razones por lo menos 3 de cada 7 satisfechos van a luchar por resolver este problema?
            La 1º razón es que por lo menos 3 de cada 7 no tendrán ningún perjuicio ante la resolución.
            La 2º es que tendrán algún beneficio material. Ellos mismos podrían recibir en forma directa la ayuda, en forma indirecta les podría reportar en mayores ingresos por prestación de servicios o venta de mercadería y su barrio mejoraría y hasta habría mayor seguridad.
            Y la 3º podría ser espiritual. Es la satisfacción de vivir en una sociedad más justa, más igualitaria y más libre.
            Por eso el cuadro se puede replantear así:


Satisfechos que luchan
Satisfechos resignados
Pobres que luchan
   21 + 30 = 51
  21 – 40 = - 19
Pobres resignados
-9 + 30 = 21
- (9 + 40) = - 49


          En este 2º cuadro vuelve a observarse que solamente hay cambio de fondo cuando se suman una mayoría de sectores pobres y un importante porcentaje de sectores acomodados. La idea que sobre la base de la confrontación con el resto de la sociedad los pobres aislados van a resolver su situación estructural parece alejada de la realidad. Se necesitará una política de entendimiento con otros, dando origen a una amplia base social que contenga a la mayoría de los sectores pobres y a vastos sectores de las capas medias. Sin descartar la actitud filantrópica de un grupo de la alta sociedad, la anterior será la fuerza motriz del cambio. La cooperación, en este caso, es una necesidad virtuosa.
            Aunque la base de este razonamiento pueda circunscribirse a la idea de juego, incorpora un punto de vista sumamente útil en una sociedad democrática. Nadie logra imponer el 100% de su voluntad en una sociedad compleja, como puede ser la nuestra. De manera que habrá que darse una política de alianzas diversas en torno a los diversos temas que nos inquietan. Siempre pensando en cómo lograr una mayoría democrática. Esto es válido en el juego institucional de un Concejo Deliberante o el Congreso Nacional, pero también para lograr mayorías sociales en capacidad de transformar la realidad. En su momento el Frenapo (Frente Nacional contra la Pobreza) fue un ejemplo extraordinario. Y, como todos habrán advertido a través de las cartas anteriores, “desterrar la pobreza y la indigencia de nuestra Patria” es uno de los objetivos centrales de nuestro accionar político. Por eso aunque el desarrollo de algunas coincidencias hubiera parecido inapropiado en otros tiempos históricos, hoy podemos ahondarlas y rescatar por caso las palabras del Arzobispo Radrizzani dichas este 25 de mayo en Luján “la Argentina de hoy tiene demasiados pobres y excluidos, los cuente quien los cuente. No se trata sólo de un problema económico o estadístico. Es primariamente un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial”, citando un discurso de Jorge Bergoglio, hoy el Papa Francisco.
            Si algo no debería ser un dilema para un socialista, es saber que arrasar con las barreras materiales y las injusticias sociales que imposibilitan la “buena vida” de nuestro Pueblo, es un deber irrenunciable. Y ese deber no se cumple con prejuicios o dogmas, sino con acciones eficientes, con inteligencia y creatividad; alcanzando la unidad mínima necesaria para alcanzar el objetivo en el menor tiempo posible.

Mario Mazzitelli

Sec. Gral. Nac. del PSA

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