Lunes, 18
de febrero de 2013.
Carta 9.- A
los jóvenes.
“El trabajo fuente de libertad, progreso y
realización del ser humano.”
Dice
Federico Engels en su famoso folleto sobre “El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre”: “El trabajo es la fuente de toda
riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la
par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en
riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y
fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto
punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.”
Con
tal valoración del trabajo ¿alguien pensaría que los socialistas somos
partidarios de pensar en “el fin del trabajo”? ¿En incentivar la vagancia, la
haraganería o la fiaca? Hacemos una
defensa viva del trabajo. Y decimos que: así como marcó cada etapa de la
historia de la humanidad lo seguirá haciendo hacia el futuro.
Un
proyecto político debe definir con claridad cuál es el rol que le asigna al
trabajo en el desarrollo social. Por ejemplo: la postura xenófoba de Carlos
Ruckauf (PJ) en el sentido que los extranjeros que trabajan en el país le roban
el trabajo a los argentinos, resulta despreciable desde la solidaridad humana y
falsa en la realidad. Para nosotros la Argentina del futuro se
sostiene en más y mejor trabajo.
Sociedad
e historia.
Nosotros
incorporamos a la valoración del “trabajo” una mirada a la organización de la
sociedad en la que este se ejecuta. Es la sociedad la que determina en gran
medida que papel le cabe a cada uno. Así, el trabajo para un
individuo puede ser una bendición creativa, liberadora, fuente de alegría y
bienestar o por el contrario una maldición base del dolor, el sufrimiento y la
explotación.
La
historia del trabajo es la historia de la humanidad. Quizás la mayor parte del
tiempo el trabajo representó para el pueblo el origen de todas sus desgracias.
Pensemos en las épocas en que conseguir el alimento consumía todo el día,
repasemos el esclavismo, el feudalismo, los primeros dos siglos del
capitalismo. ¿Qué ilusión podía ser superior a terminar con el trabajo?
La
sociedad dividida en clases puso en el trabajo esforzado de las mayorías la
peor parte, la más dura, la más sacrificada y en cambio, en las minorías
privilegiadas el goce del ocio, el descanso y la recreación. ¿Cómo evitar en la
cabeza popular la quimera de vivir como los ricos? ¡Vivir sin trabajar!
Trabajar
es un deber social.
De
una forma o de otra todos sabemos que debemos trabajar. Dice Martín Fierro:
"Debe trabajar el hombre. Para ganarse su pan. Pues la miseria, en su
afán. De perseguir de mil modos. Llama a la puerta de todos y entra en la del haragán”.
La miseria entra en la casa de los pobres. Y es esa miseria y la falta de pan
la que utiliza el sistema para disciplinar el trabajo de las mayorías. De esta
manera para los pobres trabajar no es un deber, sino una necesidad imperiosa
para no sucumbir definitivamente como seres humanos. Para la minoría rica, en
cambio, la opción es: “trabajar o no”. Cuando trabaja no lo hace como deber
sino como placer. Y cuando lo desea no trabaja. Así el trabajo muestra
distintas caras de acuerdo al lugar que se ocupe en la sociedad. Unos trabajan
bajo la amenaza del hambre y otros como opción al tiempo libre; dejando en
ambos casos de lado el carácter de “deber social” que lo ubicaría en una
situación distinta a la actual.
Los
de abajo a veces estallan.
En
la sociedad capitalista la fuerza de trabajo es una mercancía más. Pertenece al
trabajador, pero sus condiciones de existencia lo obligan a venderla en el
mercado al mejor postor. Quienes compran la fuerza de trabajo son los
empleadores. No nos detenemos en estas líneas en el carácter moral de esta
compra-venta, ni en la producción de la plusvalía o en que el trabajo complejo
resulta “más caro” y el trabajo simple “más barato”. Nos circunscribimos a
señalar que: como mercancía todo empresario-empleador busca pagar el mínimo
posible para, así, optimizar su rentabilidad económica. Siempre el empleador
busca pagar el mínimo y el trabajador busca ganar el máximo. De aquí deviene
una contradicción que, en la sociedad actual, se busca resolver en negociaciones
que pocas veces resultan sencillas y equilibradas. Esta contradicción late todo
el tiempo.
Cuando
no se puede superar y las injusticias y las necesidades de los
trabajadores son extremas terminan en grandes luchas sociales.
Ejemplo 1: en nuestro país la reconversión neo-liberal llevó la tasa de
desempleo a un nivel tan alto, que la capacidad de negociar por parte de los
trabajadores se derrumbó. Se precarizó el trabajo, se flexibilizó la
legislación y cayeron los salarios. (Baja del costo laboral) Cuando esto se
hizo insostenible, la rebelión popular puso las cosas en otro lugar y
reconquistó derechos de los que hacía décadas no gozaba. Naturalmente, sin
llegar a cambiar el sistema. Ejemplo 2: en algunas áreas de nuestro país las
condiciones laborales pueden ser extendidas al transporte, dado que las
distancias son enormes y consume un buen número de horas diarias trasladarse
hasta el lugar de empleo. Tan inhumano e ineficaz resultó este servicio (Baja
del costo laboral) que en el oeste del GBA desde 2005 en tres oportunidades los
usuarios quemaron las formaciones de trenes, llamando la atención de las
autoridades. En 2012 la tragedia de Once (con 51 muertos y más de 700 heridos)
llevó los reclamos al punto más alto. También aquí la lucha popular resulto la
base de algunos avances en la prestación del servicio.
Como
vemos las cosas mejoran cuando el pueblo trabajador lucha por sus derechos.
Esto a su vez incentiva al sistema que, para mantener la tasa de ganancia, se
ve obligado a incorporar mejoras de todo tipo en la producción.
Avance
en la productividad.
En
el último siglo la evolución del trabajo muestra enormes saltos cualitativos.
Gracias a la revolución científico técnica se han ido eliminando trabajos
esforzados y destructivos de la salud humana en el agro, la industria y los
servicios. Al mismo tiempo se incrementó la producción. Mucha gente (que
abandonó los rubros en los que el trabajo anterior fue eliminado por el uso de
nuevas tecnologías) se incorporó a la producción de conocimientos. La era de la
información, las comunicaciones, la robotización y el conocimiento nacida en el
siglo XX, toma toda su potencia en el siglo XXI. Cada día las innovaciones
-fruto de la creatividad del trabajo- nos dejan sorprendidos.
Entonces,
más allá de nuestra valoración moral, ¿Estaremos llegando a “El fin del
trabajo” como sostiene Jeremy Rifkin en su libro? Sostenemos enfáticamente que
no. Que son tantas las injusticias sociales a superar, las calamidades humanitarias
a resolver, las catástrofes ambientales a enfrentar, los lugares públicos y
privados a embellecer, y millones de tareas más; que felizmente la necesidad de
trabajar se mantendrá por siempre. Si, insisto, más allá de las técnicas
actuales que desplazan una enorme cantidad de personas de las áreas
agropecuarias, industriales o de los servicios. O simplemente las empujan a una
desocupación estructural.
Nuestra
necesidad.
En
Argentina necesitamos que todxs trabajen. Trabajo de calidad, bien organizado y
eficiente. Tener claro un “Proyecto de País” y en él coordinar el sistema
educativo, científico, tecnológico y productivo. Más allá de nuestros deseos,
debemos comprender que los países ocupan un lugar en “este mundo” conforme su
capacidad productiva. Una economía nacional necesita ser competitiva para
insertarse en la región y en el mundo. Los argentinos representamos el 0.6% de
la población mundial y debemos saber con claridad en que renglones podemos
destacarnos y en cuáles no. Este tema lo desarrollaremos en otras cartas.
Por
el momento nos alcanza con decir que es infinito el trabajo que podemos y
debemos hacer para seguir mejorando la vida.
El
trabajo es una creación humana.
Y
como tal todos somos capaces de generarlo. Unos con mayor ingenio e iniciativa,
otros con menos. Siempre comprendiendo que un trabajo genera otro trabajo; es
decir, el trabajo se multiplica en su propia realización. Si fuera un producto
finito, nadie entendería porque sobre una superficie pequeña Japón logró pleno
empleo para una población económicamente activa de 70 millones de personas.
Entonces que quede claro: no es una dádiva de los empleadores públicos o
privados. Es una creación en la que todos debemos estar involucrados.
Nuestra
diferencia.
Nuestra
diferencia con el orden actual estriba en que tenemos otra mirada política
y cultural a la hora de evaluar la “actividad trabajo”.
Desde
lo individual porque consideramos que nadie debe ser ajeno a ninguna de las
formas en que se ha manifestado el trabajo hasta aquí: el trabajo manual y el
intelectual; el trabajo económico, familiar y social. Así la persona se realiza
en plenitud y no cae en la alienación que produce la inclinación exclusiva por
una u otra forma.
Desde
lo social porque al “trabajo-empleo” que realizamos en el marco del sistema,
debemos sumar el “trabajo social” imprescindible para mejorar las condiciones
de vida de toda la sociedad. Hoy son muchos los que realizan un “trabajo
social” voluntario. Están los voluntarios que van a un hospital, los que
sostienen a los clubes de barrio, a las sociedades de fomento, a los centros de
jubilados. Son hacedores de buena voluntad que dan indicios sobre un “trabajo
social” futuro tan importante como el trabajo al interior de una empresa.
Imaginemos,
por el solo hecho de pensar un presente y un futuro distinto,
en algunas necesidades sociales en una población X. Pueden ser 10
manzanas en el GBA con 2.000 habitantes o cualquier otro ejemplo. En esa
población podríamos tener un maestro en nutrición. Sería un
profesional nutricionista o alguien que se capacitara en tal sentido. Que
recorriera las viviendas del barrio y conversara con los vecinos. Que influyera
positivamente y llevara a cabo las acciones necesarias para erradicar el
hambre, evitar la desnutrición o mejorar los hábitos alimenticios. Que
distinguiera la necesidad de nutrición de un bebe, de un niño, un adolescente o
un abuelo. Etc. Podríamos pensar en un promotor de la salud. En
muchos educadores de las más diversas materias. En promotores
del deporte, buscando el mejor para cada uno. Soñar con un maestro
arquitecto que ayudara a embellecer las casas por dentro y por fuera.
El barrio, sus plazas, sus lugares públicos. Un organizador de la
seguridad barrial. En fin, será una Democracia Participativa la que podrá
ordenar de la mejor forma lo que aquí pensamos como el deber del “trabajo
social”.
A
todo esto debemos sumar el “trabajo familiar”. Que es mucho y muy importante.
Este
trabajo ¿debería ser reconocido? Si desde lo espiritual y también desde lo
material. Esta ingeniería merece otro capítulo.
Por
ahora recordaremos que en el capitalismo se llama “trabajo” a aquella actividad
económica que produce valor para el mercado y plusvalía para la empresa.
Trabajo es el que crea plusvalía para la reproducción y acrecentamiento del
capital. Al otro trabajo, de una u otra manera, el sistema no lo
reconoce. Por eso durante mucho tiempo se sostuvo que “trabajo es el
del hombre que sale a ganarse el pan de cada día. En cambio la mujer que queda
a cargo de los hijos -aunque se esfuerza- no trabaja. Por eso él gana plata y
ella no”. Esta lógica va quedando en el pasado, aunque todavía no está correctamente
superada. Debemos reemplazarla por otra que diga:
Trabajo
es toda acción que conlleve una consecuencia útil para la sociedad. Y como tal
debe ser reconocido. El trabajo es un derecho al mismo tiempo que es un deber.
Su naturaleza irá mutando conforme la creatividad lo vaya imponiendo y debemos
garantizar que este proceso no se vea interrumpido. Así cada uno podrá
realizarse como persona. Condición inexcusable para la propia realización de la
sociedad.
Siempre
existirá un piso de producción imprescindible para el sustento material y
la superación de la sociedad. Y eso debe ser garantizado con la
cantidad de trabajo necesario. Más allá del mismo sobrevendrán las actividades
que sirven para mejorar y embellecer la vida. Y así “vivir y trabajar” serán
una síntesis y dejarán de ser una disyuntiva.
Mario
Mazzitelli
Sec.
Gral. Nac. del PSA (Argentino)
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