viernes, 13 de septiembre de 2013

Carta 9 - "El trabajo fuente de libertad, progreso y realización del ser humano."

Lunes, 18 de febrero de 2013.
Carta 9.- A los jóvenes.
“El trabajo fuente de libertad, progreso y realización del ser humano.”

            Dice Federico Engels en su famoso folleto sobre “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”: “El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.”
            Con tal valoración del trabajo ¿alguien pensaría que los socialistas somos partidarios de pensar en “el fin del trabajo”? ¿En incentivar la vagancia, la haraganería o la fiaca? Hacemos una defensa viva del trabajo. Y decimos que: así como marcó cada etapa de la historia de la humanidad lo seguirá haciendo hacia el futuro.
            Un proyecto político debe definir con claridad cuál es el rol que le asigna al trabajo en el desarrollo social. Por ejemplo: la postura xenófoba de Carlos Ruckauf (PJ) en el sentido que los extranjeros que trabajan en el país le roban el trabajo a los argentinos, resulta despreciable desde la solidaridad humana y falsa en la realidad. Para nosotros la Argentina del futuro se sostiene en más y mejor trabajo.

Sociedad e historia.
            Nosotros incorporamos a la valoración del “trabajo” una mirada a la organización de la sociedad en la que este se ejecuta. Es la sociedad la que determina en gran medida que papel le cabe a cada uno.  Así, el trabajo para un individuo puede ser una bendición creativa, liberadora, fuente de alegría y bienestar o por el contrario una maldición base del dolor, el sufrimiento y la explotación.
            La historia del trabajo es la historia de la humanidad. Quizás la mayor parte del tiempo el trabajo representó para el pueblo el origen de todas sus desgracias. Pensemos en las épocas en que conseguir el alimento consumía todo el día, repasemos el esclavismo, el feudalismo, los primeros dos siglos del capitalismo. ¿Qué ilusión podía ser superior a terminar con el trabajo?
            La sociedad dividida en clases puso en el trabajo esforzado de las mayorías la peor parte, la más dura, la más sacrificada y en cambio, en las minorías privilegiadas el goce del ocio, el descanso y la recreación. ¿Cómo evitar en la cabeza popular la quimera de vivir como los ricos? ¡Vivir sin trabajar!


Trabajar es un deber social.

            De una forma o de otra todos sabemos que debemos trabajar. Dice Martín Fierro: "Debe trabajar el hombre. Para ganarse su pan. Pues la miseria, en su afán. De perseguir de mil modos. Llama a la puerta de todos y entra en la del haragán”. La miseria entra en la casa de los pobres. Y es esa miseria y la falta de pan la que utiliza el sistema para disciplinar el trabajo de las mayorías. De esta manera para los pobres trabajar no es un deber, sino una necesidad imperiosa para no sucumbir definitivamente como seres humanos. Para la minoría rica, en cambio, la opción es: “trabajar o no”. Cuando trabaja no lo hace como deber sino como placer. Y cuando lo desea no trabaja. Así el trabajo muestra distintas caras de acuerdo al lugar que se ocupe en la sociedad. Unos trabajan bajo la amenaza del hambre y otros como opción al tiempo libre; dejando en ambos casos de lado el carácter de “deber social” que lo ubicaría en una situación distinta a la actual.


Los de abajo a veces estallan.

            En la sociedad capitalista la fuerza de trabajo es una mercancía más. Pertenece al trabajador, pero sus condiciones de existencia lo obligan a venderla en el mercado al mejor postor. Quienes compran la fuerza de trabajo son los empleadores. No nos detenemos en estas líneas en el carácter moral de esta compra-venta, ni en la producción de la plusvalía o en que el trabajo complejo resulta “más caro” y el trabajo simple “más barato”. Nos circunscribimos a señalar que: como mercancía todo empresario-empleador busca pagar el mínimo posible para, así, optimizar su rentabilidad económica. Siempre el empleador busca pagar el mínimo y el trabajador busca ganar el máximo. De aquí deviene una contradicción que, en la sociedad actual, se busca resolver en negociaciones que pocas veces resultan sencillas y equilibradas. Esta contradicción late todo el tiempo.
            Cuando no se puede superar y las injusticias y las necesidades de los trabajadores  son extremas terminan en grandes luchas sociales. Ejemplo 1: en nuestro país la reconversión neo-liberal llevó la tasa de desempleo a un nivel tan alto, que la capacidad de negociar por parte de los trabajadores se derrumbó. Se precarizó el trabajo, se flexibilizó la legislación y cayeron los salarios. (Baja del costo laboral) Cuando esto se hizo insostenible, la rebelión popular puso las cosas en otro lugar y reconquistó derechos de los que hacía décadas no gozaba. Naturalmente, sin llegar a cambiar el sistema. Ejemplo 2: en algunas áreas de nuestro país las condiciones laborales pueden ser extendidas al transporte, dado que las distancias son enormes y consume un buen número de horas diarias trasladarse hasta el lugar de empleo. Tan inhumano e ineficaz resultó este servicio (Baja del costo laboral) que en el oeste del GBA desde 2005 en tres oportunidades los usuarios quemaron las formaciones de trenes, llamando la atención de las autoridades. En 2012 la tragedia de Once (con 51 muertos y más de 700 heridos) llevó los reclamos al punto más alto. También aquí la lucha popular resulto la base de algunos avances en la prestación del servicio.
            Como vemos las cosas mejoran cuando el pueblo trabajador lucha por sus derechos. Esto a su vez incentiva al sistema que, para mantener la tasa de ganancia, se ve obligado a  incorporar mejoras de todo tipo en la producción.


Avance en la productividad.

            En el último siglo la evolución del trabajo muestra enormes saltos cualitativos. Gracias a la revolución científico técnica se han ido eliminando trabajos esforzados y destructivos de la salud humana en el agro, la industria y los servicios. Al mismo tiempo se incrementó la producción. Mucha gente (que abandonó los rubros en los que el trabajo anterior fue eliminado por el uso de nuevas tecnologías) se incorporó a la producción de conocimientos. La era de la información, las comunicaciones, la robotización y el conocimiento nacida en el siglo XX, toma toda su potencia en el siglo XXI. Cada día las innovaciones -fruto de la creatividad del trabajo- nos dejan sorprendidos.
            Entonces, más allá de nuestra valoración moral, ¿Estaremos llegando a “El fin del trabajo” como sostiene Jeremy Rifkin en su libro? Sostenemos enfáticamente que no. Que son tantas las injusticias sociales a superar, las calamidades humanitarias a resolver, las catástrofes ambientales a enfrentar, los lugares públicos y privados a embellecer, y millones de tareas más; que felizmente la necesidad de trabajar se mantendrá por siempre. Si, insisto, más allá de las técnicas actuales que desplazan una enorme cantidad de personas de las áreas agropecuarias, industriales o de los servicios. O simplemente las empujan a una desocupación estructural.


Nuestra necesidad.

            En Argentina necesitamos que todxs trabajen. Trabajo de calidad, bien organizado y eficiente. Tener claro un “Proyecto de País” y en él coordinar el sistema educativo, científico, tecnológico y productivo. Más allá de nuestros deseos, debemos comprender que los países ocupan un lugar en “este mundo” conforme su capacidad productiva. Una economía nacional necesita ser competitiva para insertarse en la región y en el mundo. Los argentinos representamos el 0.6% de la población mundial y debemos saber con claridad en que renglones podemos destacarnos y en cuáles no. Este tema lo desarrollaremos en otras cartas.
            Por el momento nos alcanza con decir que es infinito el trabajo que podemos y debemos hacer para seguir mejorando la vida.
           

El trabajo es una creación humana.
            Y como tal todos somos capaces de generarlo. Unos con mayor ingenio e iniciativa, otros con menos. Siempre comprendiendo que un trabajo genera otro trabajo; es decir, el trabajo se multiplica en su propia realización. Si fuera un producto finito, nadie entendería porque sobre una superficie pequeña Japón logró pleno empleo para una población económicamente activa de 70 millones de personas. Entonces que quede claro: no es una dádiva de los empleadores públicos o privados. Es una creación en la que todos debemos estar involucrados.


Nuestra diferencia.

            Nuestra diferencia con el orden actual estriba en que tenemos otra mirada política y cultural a la hora de evaluar la “actividad trabajo”.
            Desde lo individual porque consideramos que nadie debe ser ajeno a ninguna de las formas en que se ha manifestado el trabajo hasta aquí: el trabajo manual y el intelectual; el trabajo económico, familiar y social. Así la persona se realiza en plenitud y no cae en la alienación que produce la inclinación exclusiva por una u otra forma.
            Desde lo social porque al “trabajo-empleo” que realizamos en el marco del sistema, debemos sumar el “trabajo social” imprescindible para mejorar las condiciones de vida de toda la sociedad. Hoy son muchos los que realizan un “trabajo social” voluntario. Están los voluntarios que van a un hospital, los que sostienen a los clubes de barrio, a las sociedades de fomento, a los centros de jubilados. Son hacedores de buena voluntad que dan indicios sobre un “trabajo social” futuro tan importante como el trabajo al interior de una empresa.

            Imaginemos, por el solo hecho de pensar un presente y un futuro distinto, en  algunas necesidades sociales en una población X. Pueden ser 10 manzanas en el GBA con 2.000 habitantes o cualquier otro ejemplo. En esa población podríamos tener un maestro en nutrición. Sería un profesional nutricionista o alguien que se capacitara en tal sentido. Que recorriera las viviendas del barrio y conversara con los vecinos. Que influyera positivamente y llevara a cabo las acciones necesarias para erradicar el hambre, evitar la desnutrición o mejorar los hábitos alimenticios. Que distinguiera la necesidad de nutrición de un bebe, de un niño, un adolescente o un abuelo. Etc. Podríamos pensar en un promotor de la saludEn muchos educadores de las más diversas materias. En promotores del deporte, buscando el mejor para cada uno. Soñar con un maestro arquitecto que ayudara a embellecer las casas por dentro y por fuera. El barrio, sus plazas, sus lugares públicos. Un organizador de la seguridad barrial. En fin, será una Democracia Participativa la que podrá ordenar de la mejor forma lo que aquí pensamos como el deber del “trabajo social”.
            A todo esto debemos sumar el “trabajo familiar”. Que es mucho y muy importante.
            Este trabajo ¿debería ser reconocido? Si desde lo espiritual y también desde lo material. Esta ingeniería merece otro capítulo.

            Por ahora recordaremos que en el capitalismo se llama “trabajo” a aquella actividad económica que produce valor para el mercado y plusvalía para la empresa. Trabajo es el que crea plusvalía para la reproducción y acrecentamiento del capital. Al otro trabajo, de una u otra manera, el sistema no lo reconoce.  Por eso durante mucho tiempo se sostuvo que “trabajo es el del hombre que sale a ganarse el pan de cada día. En cambio la mujer que queda a cargo de los hijos -aunque se esfuerza- no trabaja. Por eso él gana plata y ella no”. Esta lógica va quedando en el pasado, aunque todavía no está correctamente superada. Debemos reemplazarla por otra que diga:

            Trabajo es toda acción que conlleve una consecuencia útil para la sociedad. Y como tal debe ser reconocido. El trabajo es un derecho al mismo tiempo que es un deber. Su naturaleza irá mutando conforme la creatividad lo vaya imponiendo y debemos garantizar que este proceso no se vea interrumpido. Así cada uno podrá realizarse como persona. Condición inexcusable para la propia realización de la sociedad.
            Siempre existirá un piso de producción imprescindible para el sustento material y la  superación de la sociedad. Y eso debe ser garantizado con la cantidad de trabajo necesario. Más allá del mismo sobrevendrán las actividades que sirven para mejorar y embellecer la vida. Y así “vivir y trabajar” serán una síntesis y dejarán de ser una disyuntiva.


Mario Mazzitelli

Sec. Gral. Nac. del PSA (Argentino)

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