Lunes 20 de mayo de
2013.
Carta 15.- A los jóvenes. “La
revolución del siglo XXI”
La revolución del siglo XXI, no debería resultar una historia
realizada por seres humanos superiores: “los grandes hombres de la historia”.
Tampoco sólo por “los pobres” o cuando “los de abajo hagan su propia historia”.
La revolución del siglo XXI sucederá cuando
“cada uno”, “cada quien” o “cada cual” pueda hacer su propia historia. Y la
historia gigante de la humanidad dejará de ser así la epopeya de unos pocos
individuos, para transformarse en la hazaña de millones y millones de personas
que logran realizarse, en un mundo donde todos se realizan.
Si esta revolución es hoy un
ideal, debemos decir que lo será para el 80% o 90% de la humanidad. Con toda seguridad
que existe un 10% o más que ya disfruta de estos logros.
La producción de bienes y servicios se
ha desatado a tal velocidad, más allá de las crisis cíclicas del capitalismo,
que hoy a nadie le deberían faltar los
elementos que cubren las necesidades para vivir una buena vida.
Sin embargo la concentración de
la riqueza atenta contra esta posibilidad. El 20% más rico de la población
mundial acapara más del 80% de la riqueza, quedando para el resto de la
población menos del 20%. Ni hablar de los más pobres: hambre, desnutrición,
alta tasa de mortalidad infantil, desatención de la salud, escaso o nulo
desarrollo educativo, problemas de vivienda.
Año a año los poderosos se reúnen
y, de una u otra manera, tratan el tema. Pero no lo resuelven. Ricos y
poderosos resultan ser los mismos y siempre parecen tener otros problemas más
urgentes que atender. Por caso: la satisfacción de las demandas de ese 10% o
20% favorecido que se encerró en el egoísmo de su propia vida. No esperemos ingenuamente de ellos la
solución, porque en el fondo son la fuente del problema.
Los privilegiados y los conservadores
son defensores del statu quo y parafraseando a Paine podríamos decir: “La injusticia como el infierno, no se deja
vencer fácilmente; pero tenemos el consuelo de que, cuanto más penosa es la
lucha, más glorioso es el triunfo.” Y la historia está de nuestro lado.
Si alguna respuesta debemos
elaborar, entonces, es la que proviene de combinar las necesidades apremiantes
que sufren los sectores más postergados con los mejores espíritus comprometidos
con el cambio. Allí están los jóvenes, ávidos por cumplir el mandato de alterar
el “orden social” para alcanzar un nuevo estadío de Justicia. Y el pueblo
trabajador que necesita y lucha por ese cambio.
La historia no tendrá fin
mientras mujeres y hombres aniden en la sociedad con la esperanza firme en que
un mañana mejor es posible. El motor de la historia es la lucha por una vida
mejor y ese motor no se detiene. Felizmente, el ser humano es un ser
insatisfecho, que frente a cada avance disfruta del cambio, pero rápidamente va
en busca de un nuevo horizonte.
Cuando en lugar de avance hay
crisis, y las condiciones históricas, la conciencia de las masas y la
existencia de una organización lo han permitido; en muchas oportunidades
sobrevino la Revolución.
Mi impresión es que en cada Revolución
están todas las Revoluciones. Pero sólo una parte de ella llega a
cristalizarse, a consolidarse como piso histórico para una nueva etapa. De esta
manera le quedan a las generaciones por venir la tarea de las nuevas
Revoluciones. Que no serán finales, ni definitivas, pero que permitirán seguir
subiendo escalones hacia el olimpo de la libertad.
Nuestro proyecto es el de la libertad.
Responsable y creadora. Ideal que de una u otra forma transita la historia de
la humanidad y de la Argentina en particular, impulsándonos siempre a superar
la etapa actual, alcanzando un nuevo umbral en el que situar nuestra existencia
material y espiritual.
Nuestro mandato histórico es el de la libertad. Aunque impreciso y
contradictorio en algunas etapas, es un componente central en nuestro ideal de
vida. Cuando volvemos a las fuentes vemos que fue la llama que encendió las
mayores pasiones. Entonces comprendemos que allí está la verdad. Que no es
verdadera porque nos sea propia, sino porque es profundamente humanista y
estuvo representada por el alma de nuestros mejores referentes históricas.
Ellos supieron que se alcanza el mayor
grado de libertad cuando las grandes inseguridades de casi todas las épocas: el
hambre, la miseria, la exclusión, la explotación y la opresión; van quedando
como una rémora del pasado. Al mismo tiempo que se va superando el
colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo, el totalitarismo, la
xenofobia y la explotación del hombre por el hombre. La libertad como horizonte
y la igualdad como sentido de hermandad.
Ese destino fue el sueño de
nuestros libertadores. “Seamos libres lo
demás no importa nada” es la frase de San Martín que tan bien nos
representa. Todos ellos estaban imbuidos por ese espíritu. Lo vamos a encontrar
tanto en Mariano Moreno, Artigas, Belgrano, Bolívar, O’Higgins, Monteagudo,
Sucre, como en los héroes anónimos de nuestra independencia por la cual dieron
la vida. Nuestro himno anuncia Libertad,
Libertad, Libertad y en el trono a la
noble Igualdad.
La Revolución en los inicios del siglo XIX fue la clarividencia
de una minoría que supo avizorar que el orden existente resultaba intolerable y
que se debía marchar a otro estadío. Lo primero era romper las cadenas de la
opresión colonial. En nuestro caso triunfaron los más radicales e impusieron que
nuestra independencia era de “cualquier potencia extranjera”. Desde allí
movilizaron a los pueblos, a la gente humilde, que mostró un comportamiento
heroico en jornadas de lucha inolvidable. Tuvieron la certeza que se necesitaba
de una gran unidad para realizar los sueños. Pero en aquellas condiciones no
todo era alcanzable. Hicieron más de lo imaginablemente posible para simples
mortales. ¿Se les podría pedir algo más? Imposible. Nadie puede eludir las
limitaciones del tiempo histórico que le tocó en suerte, por más grandes que
sean sus ideales y mayor sea su disciplina en cumplimiento del deber.
¿Qué pasó que tan eximios e
irreprochables ideales no pudieron realizarse?
Podemos señalar varias causas.
1.- Por un lado la falta de unidad
interior. La enorme extensión de nuestro territorio, la falta de densidad demográfica, la forma de
vida heredada de la época colonial, los intereses contrapuestos, llevaron a una
división horizontal creando países y regiones desintegradas entre sí y otra
división vertical manteniendo las clases sociales como principio del
funcionamiento de la sociedad. Todas las divisiones y contradicciones fueron
alentadas y aprovechadas por los países centrales ávidos por apropiarse de
nuestros recursos naturales y hacerle cumplir a nuestro pueblo el rol que ellos
le habían asignado. En nuestro caso a España sucedió Inglaterra y más tarde EEUU.
2.- El atraso. Nuestras naciones en su
independencia amanecieron muy lejos del desarrollo que habían alcanzado los
países centrales. A diferencia de EEUU que rápidamente su Norte se puso a la
tarea de alcanzar un fuerte desarrollo industrial, resolviendo en la guerra de secesión
la cuestión a su favor, en nuestros países los sectores que visualizaron
aquella necesidad se encontraron con resistencias, incomprensiones y la falta
de densidad del mercado interior. Por eso no se logró resolver el tema sino en
mínima escala.
3.- La miseria espiritual de las clases
propietarias. Egoístas por naturaleza pensaron el país en función de sus
intereses desconociendo la existencia de las masas desposeídas que debieron
abrirse un surco en la historia a través de la lucha económica, social y
política.
4.- Los sectores populares se
mantuvieron alejados del poder.
Retomemos el razonamiento. Si en una
primera etapa son las minorías ilustradas las que ponen en acción a las masas,
más adelante serán los caudillos los que las representen. Con sus luces y sus
sombras. El caudillismo va a transitar buena parte del siglo XIX y en una
mixtura cambiante va a penetrar el siglo XX, reflejado con mayor intensidad en
los fenómenos del Yrigoyenismo y el Peronismo, llegando su secuela a nuestros
días.
El rol del pueblo será progresivo con
el paso de las décadas. El crecimiento demográfico, la propia complejidad del
aparato productivo, las múltiples formas de organización que se van creando, el
ascenso educativo, el mayor acceso a la información, van corriendo el centro de
gravedad político a la llamada opinión pública. Cada día más son las grandes
mayorías las que hacen la historia e imponen su voluntad.
Históricamente, la democracia
representativa fue una demanda popular, que en una etapa determinada a
principios del siglo XX y bajo una presión social insostenible, la oligarquía
concedió –sin mucha convicción- como una válvula de descompresión. Pensando
siempre que la plebe mal podría
gobernarse a sí misma y que más temprano que tarde volverían a manejar los
resortes del Estado. Cambiar un poco para que nada cambie.
La representación de las masas
populares se dio a través de dirigentes provenientes de sectores acomodados de
la sociedad, cuyas limitaciones operativas quedaban establecidas por los
límites políticos, institucionales y económicos impuestos por las clases
dominantes. Y nunca se animaron, quisieron o supieron cambiar las estructuras y
resolver la cuestión de fondo. Fueron décadas signadas por la elección, golpe,
nueva elección y nuevo golpe de Estado.
En 1976 se iba a producir el
último. El imperialismo norteamericano como actor protagónico en los golpes
ocurridos en toda Nuestra América, puso la Doctrina de la Seguridad Nacional,
el programa Neo-colonial y el manejo de las condiciones internacionales para
hacer posible la mayor reacción fascista que hasta allí hubiera vivido nuestro
pueblo. En alianza con la oligarquía y las capas altas de la sociedad, con
influencia notable en las fuerzas armadas –responsables efectivas de ejecutar
el golpe- y una opinión pública confundida en medio de un caos social que la
llevaba a implorar “orden” para desenvolver su vida.
Allí se produjo la masacre de la
mayoría de los portadores de un proyecto de cambio. El terror de Estado, el
crimen, las desapariciones, los campos de concentración, la tortura, el exilio,
la desorganización popular, significaron un retroceso de enorme magnitud para
el pueblo argentino. Por eso pudieron imponer un proyecto de
des-industrialización, desmantelamiento tecnológico y científico en áreas de
punta, re-primarización productiva, descenso educativo, pérdida de trabajo y
derechos para amplios sectores, desintegración y exclusión social, y
desaparición de cualquier Proyecto Nacional por imperfecto que fuera. En
términos históricos fue la mayor contra-revolución que viviera la Argentina.
Fue la última intentona de las minorías reaccionarias por imponer su voluntad a
sangre y fuego.
1983 representó un quiebre
definitivo. No hay marcha atrás. Nunca más volverá a ocurrir lo que pasó. A
partir de ese momento, con grandes vacíos programáticos y confusiones múltiples
de las que nadie es ajeno, el pueblo retoma la gran marcha de conquista hacia
una vida nueva. Tenemos una democracia representativa cargada de caudillismo,
con límites de todo tipo, pero es un espacio de acción y aprendizaje
inigualable para los viejos y para los jóvenes. Lo imposible, impuesto por el
miedo al castigo o las limitaciones históricas, se vuelve imaginable, deseable
y accesible ¿Quién, sino nosotros mismos como pueblo, puede impedir que
alcancemos aquello que deseamos y es posible?
Ya es hora que descorramos los
velos que nos impiden observar la posibilidad de construir esa sociedad.
Todas las condiciones están dadas
para que vayamos al campo de la política a defender con nuestras propuestas. Es
un deber irrenunciable. Porque “no hay otro tiempo que el que nos ha tocado”. Y
el dolor o la felicidad están hoy entre nosotros esperando una respuesta.
La idea de Revolución ha quedado
asociada a la insurrección armada o el asalto violento al poder. La Revolución
francesa, la rusa, la china o la cubana; nuestra Revolución de Mayo; las
guerras de la independencia; las luchas anticolonialistas. Cuando los poderosos
se resisten en forma persistente y por mucho tiempo a cambios necesarios y
exigidos por el pueblo, sobreviene una sublevación que echa por tierra con el
poder político en cuestión.
Nuestra idea para la Argentina de
hoy es otra. Es la Revolución como cambio profundo y estructural. La disyuntiva
reforma o revolución nos parece superada. Un número importante de reformas dan
origen a un nuevo orden y eso es suficiente.
Será un acto de inteligencia
política que esta Revolución del siglo
XXI plantee una armonía entre los fines virtuosos y los medios nobles. Qué
canalice su energía y potencia en los marcos institucionales de la Constitución
y la Democracia. Qué defienda la Vida y la Paz como valores supremos.
Nuestra sociedad no debería
seguir tolerando los altos grados de injusticia, de inequidad, porque repugnan
al principio de igualdad e impiden la posibilidad que millones de compatriotas
realicen una vida compatible con la felicidad. Por eso estas primeras líneas
importan más como convocatoria a la militancia política, social y cultural,
tanto como al respaldo a una propuesta concreta. Es un llamado a la
organización de la rebeldía y la esperanza. A la construcción de un Poder
Popular Democrático y Participativo que vaya dejando atrás la estructura formal
y representativa que heredamos de los siglos XIX y XX.
El capitalismo dependiente,
colonial, periférico y senil que hoy domina en Argentina, impide que la inmensa
mayoría pueda disfrutar de la vida como corresponde. A lo sumo 1 de cada 4
podrán alcanzar esa dicha. El resto sacrificará buena parte de su existencia en
reproducir un régimen cuyo objetivo central consiste en optimizar la ganancia y
proveer a las potencias centrales los recursos naturales para que puedan
desarrollar su estilo de vida.
Es un buen momento para
reflexionar que sistema queremos para la Argentina y América del Sur. Nosotros
estamos seguros que el sistema que mejor se adapta a nuestro Proyecto es un Socialismo Humanista, Ambientalista,
Libertario, Moderno, Argentino y Latinoamericano. Pero, ¿Seremos nuevamente
una minoría esclarecida, a modo de
vanguardia, la que lleve a cabo esta Revolución? No. No comparto esa idea.
Como ya dije, las minorías
privilegiadas buscan preservar el orden existente. Estas pueden pertenecer a la
esfera privada, pero también a la pública. Lo
que siempre necesitan es la alienación de las masas respecto de la cosa
pública, la política. Enajenación que puede tomar diversas formas:
violentas, “dictadura”; formales, “el pueblo no delibera ni gobierna sino por
medio de sus representantes”; individualistas, “caudillismo con personajes
excluyentes”; sectarias, “el secretismo”; corporativas, “la burocratización”;
etc.
Buscamos el involucramiento de un
gran número de personas, de un gran colectivo para el desarrollo de este
proyecto. Más importante aún que “la apropiación colectiva de los medios de
producción y de cambio”, es decir los medios de producción dados en un momento
histórico determinado, condenados por imperio del tiempo a la obsolescencia si
no resultan capaces de innovarse al ritmo de las exigencias del mercado; en
nuestro proyecto el “pueblo debe
apropiarse de la política”.
La política es “la actividad humana
fundamental, el medio por el cual la conciencia individual entra en contacto
con el mundo social y natural en todas sus formas”. Dice Eric Hobsbawm sobre
Gramsci: “Para él la política es el
núcleo no sólo de la estrategia para alcanzar el socialismo, sino el propio
socialismo”. Quiere “despertar un
interés por una realidad efectiva y para estimular un entendimiento político
más riguroso y más enérgico”. “Comprender el mundo y cambiarlo son una misma
cosa”. Cuando el pueblo comprende “de qué se trata” y puede orientar su
inteligencia y energía física en torno a un cambio deseado e históricamente
posible, planificando su futuro, entra en el marco de la libertad creadora.
Las implicancias de este concepto
resultan enormes. Y, desde mi modesto punto de vista, trascendentes para
impulsar una propuesta exitosa para nuestro país. El sujeto será los más
amplios sectores de las masas populares. Con mayor protagonismo político que en
cualquier época anterior. Fuera de las cuestiones del futuro que están
pre-determinadas por imperio de la naturaleza y de algunas leyes de la
historia, esta Revolución del Siglo XXI
será un gigantesco salto hacia el reino de la libertad, pudiéndose afirmar que
el hombre empezará a ser dueño de su propio destino. Más como ya sabemos por
experiencia, las cosas no llegan por el resultado de leyes ajenas a la voluntad
de las personas. Ese reino será alcanzable si es que lo deseamos, si sabemos
cómo construirlo, si somos muchos, si continuamos la empresa –sin prisa y sin
pausa- y si ponemos la imaginación colectiva al servicio de esta noble causa.
En esas condiciones la Revolución será invencible.
Mario
Mazzitelli.
Sec. Gral.
del PSA (Argentino)
No hay comentarios:
Publicar un comentario