viernes, 13 de septiembre de 2013

Carta 15 - "La revolución del siglo XXI"

Lunes 20 de mayo de 2013.
Carta 15.- A los jóvenes.                                                                                                                                                                                                                          “La revolución del siglo XXI”
La revolución del siglo XXI, no debería resultar una historia realizada por seres humanos superiores: “los grandes hombres de la historia”. Tampoco sólo por “los pobres” o cuando “los de abajo hagan su propia historia”. La revolución del siglo XXI sucederá  cuando “cada uno”, “cada quien” o “cada cual” pueda hacer su propia historia. Y la historia gigante de la humanidad dejará de ser así la epopeya de unos pocos individuos, para transformarse en la hazaña de millones y millones de personas que logran realizarse, en un mundo donde todos se realizan.          
 Si esta revolución es hoy un ideal, debemos decir que lo será para el 80% o 90% de la humanidad. Con toda seguridad que existe un 10% o más que ya disfruta de estos logros.
La producción de bienes y servicios se ha desatado a tal velocidad, más allá de las crisis cíclicas del capitalismo, que hoy a nadie le deberían faltar los elementos que cubren las necesidades para vivir una buena vida.
 Sin embargo la concentración de la riqueza atenta contra esta posibilidad. El 20% más rico de la población mundial acapara más del 80% de la riqueza, quedando para el resto de la población menos del 20%. Ni hablar de los más pobres: hambre, desnutrición, alta tasa de mortalidad infantil, desatención de la salud, escaso o nulo desarrollo educativo, problemas de vivienda.
 Año a año los poderosos se reúnen y, de una u otra manera, tratan el tema. Pero no lo resuelven. Ricos y poderosos resultan ser los mismos y siempre parecen tener otros problemas más urgentes que atender. Por caso: la satisfacción de las demandas de ese 10% o 20% favorecido que se encerró en el egoísmo de su propia vida. No esperemos ingenuamente de ellos la solución, porque en el fondo son la fuente del problema.            
Los privilegiados y los conservadores son defensores del statu quo y parafraseando a Paine podríamos decir: “La injusticia como el infierno, no se deja vencer fácilmente; pero tenemos el consuelo de que, cuanto más penosa es la lucha, más glorioso es el triunfo.” Y la historia está de nuestro lado.

 Si alguna respuesta debemos elaborar, entonces, es la que proviene de combinar las necesidades apremiantes que sufren los sectores más postergados con los mejores espíritus comprometidos con el cambio. Allí están los jóvenes, ávidos por cumplir el mandato de alterar el “orden social” para alcanzar un nuevo estadío de Justicia. Y el pueblo trabajador que necesita y lucha por ese cambio.
 La historia no tendrá fin mientras mujeres y hombres aniden en la sociedad con la esperanza firme en que un mañana mejor es posible. El motor de la historia es la lucha por una vida mejor y ese motor no se detiene. Felizmente, el ser humano es un ser insatisfecho, que frente a cada avance disfruta del cambio, pero rápidamente va en busca de un nuevo horizonte.
 Cuando en lugar de avance hay crisis, y las condiciones históricas, la conciencia de las masas y la existencia de una organización lo han permitido; en muchas oportunidades sobrevino la Revolución.
Mi impresión es que en cada Revolución están todas las Revoluciones. Pero sólo una parte de ella llega a cristalizarse, a consolidarse como piso histórico para una nueva etapa. De esta manera le quedan a las generaciones por venir la tarea de las nuevas Revoluciones. Que no serán finales, ni definitivas, pero que permitirán seguir subiendo escalones hacia el olimpo de la libertad.

 Nuestro proyecto es el de la libertad. Responsable y creadora. Ideal que de una u otra forma transita la historia de la humanidad y de la Argentina en particular, impulsándonos siempre a superar la etapa actual, alcanzando un nuevo umbral en el que situar nuestra existencia material y espiritual.      

Nuestro mandato histórico es el de la libertad. Aunque impreciso y contradictorio en algunas etapas, es un componente central en nuestro ideal de vida. Cuando volvemos a las fuentes vemos que fue la llama que encendió las mayores pasiones. Entonces comprendemos que allí está la verdad. Que no es verdadera porque nos sea propia, sino porque es profundamente humanista y estuvo representada por el alma de nuestros mejores referentes históricas.  
Ellos supieron que se alcanza el mayor grado de libertad cuando las grandes inseguridades de casi todas las épocas: el hambre, la miseria, la exclusión, la explotación y la opresión; van quedando como una rémora del pasado. Al mismo tiempo que se va superando el colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo, el totalitarismo, la xenofobia y la explotación del hombre por el hombre. La libertad como horizonte y la igualdad como sentido de hermandad.
 Ese destino fue el sueño de nuestros libertadores. “Seamos libres lo demás no importa nada” es la frase de San Martín que tan bien nos representa. Todos ellos estaban imbuidos por ese espíritu. Lo vamos a encontrar tanto en Mariano Moreno, Artigas, Belgrano, Bolívar, O’Higgins, Monteagudo, Sucre, como en los héroes anónimos de nuestra independencia por la cual dieron la vida. Nuestro himno anuncia Libertad, Libertad, Libertad y en el trono a la noble Igualdad.

La Revolución en los inicios del siglo XIX fue la clarividencia de una minoría que supo avizorar que el orden existente resultaba intolerable y que se debía marchar a otro estadío. Lo primero era romper las cadenas de la opresión colonial. En nuestro caso triunfaron los más radicales e impusieron que nuestra independencia era de “cualquier potencia extranjera”. Desde allí movilizaron a los pueblos, a la gente humilde, que mostró un comportamiento heroico en jornadas de lucha inolvidable. Tuvieron la certeza que se necesitaba de una gran unidad para realizar los sueños. Pero en aquellas condiciones no todo era alcanzable. Hicieron más de lo imaginablemente posible para simples mortales. ¿Se les podría pedir algo más? Imposible. Nadie puede eludir las limitaciones del tiempo histórico que le tocó en suerte, por más grandes que sean sus ideales y mayor sea su disciplina en cumplimiento del deber.

¿Qué pasó que tan eximios e irreprochables ideales no pudieron realizarse?  Podemos señalar varias causas.
1.- Por un lado la falta de unidad interior. La enorme extensión de nuestro territorio,  la falta de densidad demográfica, la forma de vida heredada de la época colonial, los intereses contrapuestos, llevaron a una división horizontal creando países y regiones desintegradas entre sí y otra división vertical manteniendo las clases sociales como principio del funcionamiento de la sociedad. Todas las divisiones y contradicciones fueron alentadas y aprovechadas por los países centrales ávidos por apropiarse de nuestros recursos naturales y hacerle cumplir a nuestro pueblo el rol que ellos le habían asignado. En nuestro caso a España sucedió Inglaterra y más tarde EEUU.
2.- El atraso. Nuestras naciones en su independencia amanecieron muy lejos del desarrollo que habían alcanzado los países centrales. A diferencia de EEUU que rápidamente su Norte se puso a la tarea de alcanzar un fuerte desarrollo industrial, resolviendo en la guerra de secesión la cuestión a su favor, en nuestros países los sectores que visualizaron aquella necesidad se encontraron con resistencias, incomprensiones y la falta de densidad del mercado interior. Por eso no se logró resolver el tema sino en mínima escala.
3.- La miseria espiritual de las clases propietarias. Egoístas por naturaleza pensaron el país en función de sus intereses desconociendo la existencia de las masas desposeídas que debieron abrirse un surco en la historia a través de la lucha económica, social y política.
4.- Los sectores populares se mantuvieron alejados del poder.

Retomemos el razonamiento. Si en una primera etapa son las minorías ilustradas las que ponen en acción a las masas, más adelante serán los caudillos los que las representen. Con sus luces y sus sombras. El caudillismo va a transitar buena parte del siglo XIX y en una mixtura cambiante va a penetrar el siglo XX, reflejado con mayor intensidad en los fenómenos del Yrigoyenismo y el Peronismo, llegando su secuela a nuestros días.

El rol del pueblo será progresivo con el paso de las décadas. El crecimiento demográfico, la propia complejidad del aparato productivo, las múltiples formas de organización que se van creando, el ascenso educativo, el mayor acceso a la información, van corriendo el centro de gravedad político a la llamada opinión pública. Cada día más son las grandes mayorías las que hacen la historia e imponen su voluntad.
 Históricamente, la democracia representativa fue una demanda popular, que en una etapa determinada a principios del siglo XX y bajo una presión social insostenible, la oligarquía concedió –sin mucha convicción- como una válvula de descompresión. Pensando siempre que la plebe mal podría gobernarse a sí misma y que más temprano que tarde volverían a manejar los resortes del Estado. Cambiar un poco para que nada cambie.
 La representación de las masas populares se dio a través de dirigentes provenientes de sectores acomodados de la sociedad, cuyas limitaciones operativas quedaban establecidas por los límites políticos, institucionales y económicos impuestos por las clases dominantes. Y nunca se animaron, quisieron o supieron cambiar las estructuras y resolver la cuestión de fondo. Fueron décadas signadas por la elección, golpe, nueva elección y nuevo golpe de Estado.
 En 1976 se iba a producir el último. El imperialismo norteamericano como actor protagónico en los golpes ocurridos en toda Nuestra América, puso la Doctrina de la Seguridad Nacional, el programa Neo-colonial y el manejo de las condiciones internacionales para hacer posible la mayor reacción fascista que hasta allí hubiera vivido nuestro pueblo. En alianza con la oligarquía y las capas altas de la sociedad, con influencia notable en las fuerzas armadas –responsables efectivas de ejecutar el golpe- y una opinión pública confundida en medio de un caos social que la llevaba a implorar “orden” para desenvolver su vida.
 Allí se produjo la masacre de la mayoría de los portadores de un proyecto de cambio. El terror de Estado, el crimen, las desapariciones, los campos de concentración, la tortura, el exilio, la desorganización popular, significaron un retroceso de enorme magnitud para el pueblo argentino. Por eso pudieron imponer un proyecto de des-industrialización, desmantelamiento tecnológico y científico en áreas de punta, re-primarización productiva, descenso educativo, pérdida de trabajo y derechos para amplios sectores, desintegración y exclusión social, y desaparición de cualquier Proyecto Nacional por imperfecto que fuera. En términos históricos fue la mayor contra-revolución que viviera la Argentina. Fue la última intentona de las minorías reaccionarias por imponer su voluntad a sangre y fuego.
 1983 representó un quiebre definitivo. No hay marcha atrás. Nunca más volverá a ocurrir lo que pasó. A partir de ese momento, con grandes vacíos programáticos y confusiones múltiples de las que nadie es ajeno, el pueblo retoma la gran marcha de conquista hacia una vida nueva. Tenemos una democracia representativa cargada de caudillismo, con límites de todo tipo, pero es un espacio de acción y aprendizaje inigualable para los viejos y para los jóvenes. Lo imposible, impuesto por el miedo al castigo o las limitaciones históricas, se vuelve imaginable, deseable y accesible ¿Quién, sino nosotros mismos como pueblo, puede impedir que alcancemos aquello que deseamos y es posible?

 Ya es hora que descorramos los velos que nos impiden observar la posibilidad de construir esa sociedad.
 Todas las condiciones están dadas para que vayamos al campo de la política a defender con nuestras propuestas. Es un deber irrenunciable. Porque “no hay otro tiempo que el que nos ha tocado”. Y el dolor o la felicidad están hoy entre nosotros esperando una respuesta.
 La idea de Revolución ha quedado asociada a la insurrección armada o el asalto violento al poder. La Revolución francesa, la rusa, la china o la cubana; nuestra Revolución de Mayo; las guerras de la independencia; las luchas anticolonialistas. Cuando los poderosos se resisten en forma persistente y por mucho tiempo a cambios necesarios y exigidos por el pueblo, sobreviene una sublevación que echa por tierra con el poder político en cuestión.

 Nuestra idea para la Argentina de hoy es otra. Es la Revolución como cambio profundo y estructural. La disyuntiva reforma o revolución nos parece superada. Un número importante de reformas dan origen a un nuevo orden y eso es suficiente.
 Será un acto de inteligencia política que esta Revolución del siglo XXI plantee una armonía entre los fines virtuosos y los medios nobles. Qué canalice su energía y potencia en los marcos institucionales de la Constitución y la Democracia. Qué defienda la Vida y la Paz como valores supremos.
 Nuestra sociedad no debería seguir tolerando los altos grados de injusticia, de inequidad, porque repugnan al principio de igualdad e impiden la posibilidad que millones de compatriotas realicen una vida compatible con la felicidad. Por eso estas primeras líneas importan más como convocatoria a la militancia política, social y cultural, tanto como al respaldo a una propuesta concreta. Es un llamado a la organización de la rebeldía y la esperanza. A la construcción de un Poder Popular Democrático y Participativo que vaya dejando atrás la estructura formal y representativa que heredamos de los siglos XIX y XX.
 El capitalismo dependiente, colonial, periférico y senil que hoy domina en Argentina, impide que la inmensa mayoría pueda disfrutar de la vida como corresponde. A lo sumo 1 de cada 4 podrán alcanzar esa dicha. El resto sacrificará buena parte de su existencia en reproducir un régimen cuyo objetivo central consiste en optimizar la ganancia y proveer a las potencias centrales los recursos naturales para que puedan desarrollar su estilo de vida.

 Es un buen momento para reflexionar que sistema queremos para la Argentina y América del Sur. Nosotros estamos seguros que el sistema que mejor se adapta a nuestro Proyecto es un Socialismo Humanista, Ambientalista, Libertario, Moderno, Argentino y Latinoamericano. Pero, ¿Seremos nuevamente una minoría esclarecida,  a modo de vanguardia, la que lleve a cabo esta Revolución? No. No comparto esa idea.
 Como ya dije, las minorías privilegiadas buscan preservar el orden existente. Estas pueden pertenecer a la esfera privada, pero también a la pública. Lo que siempre necesitan es la alienación de las masas respecto de la cosa pública, la política. Enajenación que puede tomar diversas formas: violentas, “dictadura”; formales, “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”; individualistas, “caudillismo con personajes excluyentes”; sectarias, “el secretismo”; corporativas, “la burocratización”; etc.
 Buscamos el involucramiento de un gran número de personas, de un gran colectivo para el desarrollo de este proyecto. Más importante aún que “la apropiación colectiva de los medios de producción y de cambio”, es decir los medios de producción dados en un momento histórico determinado, condenados por imperio del tiempo a la obsolescencia si no resultan capaces de innovarse al ritmo de las exigencias del mercado; en nuestro proyecto el “pueblo debe apropiarse de la política”.
 La política es “la actividad humana fundamental, el medio por el cual la conciencia individual entra en contacto con el mundo social y natural en todas sus formas”. Dice Eric Hobsbawm sobre Gramsci: “Para él la política es el núcleo no sólo de la estrategia para alcanzar el socialismo, sino el propio socialismo”. Quiere “despertar un interés por una realidad efectiva y para estimular un entendimiento político más riguroso y más enérgico”. “Comprender el mundo y cambiarlo son una misma cosa”. Cuando el pueblo comprende “de qué se trata” y puede orientar su inteligencia y energía física en torno a un cambio deseado e históricamente posible, planificando su futuro, entra en el marco de la libertad creadora.
 Las implicancias de este concepto resultan enormes. Y, desde mi modesto punto de vista, trascendentes para impulsar una propuesta exitosa para nuestro país. El sujeto será los más amplios sectores de las masas populares. Con mayor protagonismo político que en cualquier época anterior. Fuera de las cuestiones del futuro que están pre-determinadas por imperio de la naturaleza y de algunas leyes de la historia, esta Revolución del Siglo XXI será un gigantesco salto hacia el reino de la libertad, pudiéndose afirmar que el hombre empezará a ser dueño de su propio destino. Más como ya sabemos por experiencia, las cosas no llegan por el resultado de leyes ajenas a la voluntad de las personas. Ese reino será alcanzable si es que lo deseamos, si sabemos cómo construirlo, si somos muchos, si continuamos la empresa –sin prisa y sin pausa- y si ponemos la imaginación colectiva al servicio de esta noble causa. En esas condiciones la Revolución será invencible. 

Mario Mazzitelli.
Sec. Gral. del PSA (Argentino)


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